24/5/10

Clic

Todas las mañanas estaba sentada en la parada de autobús enfrente de mi casa. Llevaba vestidos de colores incluso cuando llovía con rabia en la ciudad. Miraba a un punto fijo, los hombros caídos y apretaba el puño izquierdo, como si estuviera escondiendo algún tesoro. Esperando un autobús cualquiera.

Yo me quedaba mirándola durante unos segundos antes de girar en la segunda calle para ir al trabajo. Pero pasaban los días y los meses, y esa chica seguía allí. Entonces decidí hablar con ella, preguntarle quién era, qué guardaba en su mano, saber al menos si tenía frío en las piernas.

Con la puerta de la entrada medio abierta miré al frente. Caminé decidido hacia donde estaba. Pero de repente, al cruzar la calle, llegó un autobús y ella corrió para cogerlo. La misma escena se repitió durante varios días.

Un lunes que empezaba a oler a junio y piel desnuda la chica de los vestidos decidió no huir.

“¡Hola!”- dije, por decir, sin saber qué añadir. Ella sonrió un instante pero no dijo nada

“¿Por qué siempre estás aquí?”

Su mirada era triste. Mucho más triste que un día que se acaba. Sus ojos eran cicatrices y corazones rasgados. Todavía no había dicho nada. Entonces abrió la mano izquierda mostrando lo que guardaba. Era una llave pequeña. Me la dio

“¡Espera, espera! ¿Por qué me das esto? ¿Qué es? ¿No vas a decir nada?”

Negó con la cabeza. En ese momento frenó un autobús y  ella, otra vez, se subió en él. No me dio tiempo a atraparla y me quedé allí, sin moverme, sin entender, mirando como un idiota aquella llave.

Al día siguiente bajé a buscarla, para pedirle explicaciones, para decirle que había visto esas heridas en sus ojos. No estaba allí. Pero en la parada había una maleta de cuero marrón rodeada de curiosos. Instintivamente saqué aquella llave del bolsillo del pantalón. Clic. Sí, se abría.

“No se preocupen. La maleta es mía, he olvidado recogerla” y subí a casa antes de que aquellas personas empezaran a dudar.

Ya arriba, miré a aquella intrusa y finalmente me decidí a abrirla.
Estaba llena de páginas escritas. En la primera de ellas había una fecha “2 de Junio de 2009”. Justo el día en que la había visto por última vez.

Quiero que cuentes mi historia. Sé que estás pensando que no me conoces. Yo sí te conozco a ti. Llevo observándote mucho tiempo. Por favor, escribe mi historia. Yo no puedo hacerlo, no me queda tiempo”

Sentí que me ahogaba. Empecé a remover como un loco el contenido de aquella maleta. Páginas y más páginas, algunas fotos, cartas y fechas que retrocedían en el tiempo “2008, 2007 …1974”. Y, al fondo de todo, un vestido de flores rojas y verdes. Con el vestido entre las manos me asomé por última vez para mirar la parada del autobús y entonces, decidí empezar a leer.

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