4/12/13

Brazadas


Válvulas abiertas: gritos de socorro
Válvulas cerradas: ruido.

¿Por qué tenemos miedo si llevamos
una bomba encerrada en el cuerpo?

Cuervos de cera señalan las salidas al puerto,
Se venden billetes a paraísos desiertos y se recetan
caramelos de menta para los enfermos
crónicos. Pero el desorden debe esperar,
no hay tiempo para eso.

La soledad gobierna
sin legitimidad
sin promesas.

¿Por qué tenemos frío si llevamos
una bomba encerrada en el cuerpo?


Jeannie Phan.

6/11/13

A las seis y cinco de la tarde

En la arena de noviembre
he tocado una balsa salada de plata
el cielo como zumo de fresas, atravesado
por flechas amarillas.

Soy feliz
aunque no entiendo donde empieza y termina el horizonte.
Sé que el océano se tragará
las lágrimas del hombre.
Tal vez
soy feliz, precisamente, por eso.

Con los pies desnudos y espejos en el cuerpo
te enseño mi fragilidad (salvo en los sueños).
Luego vuelvo a llenarte la boca de preguntas
quiénes somos y, sobre todo, para qué.
Silencio. Ahora
estamos juntos
en la arena de noviembre.


29/10/13

Mi vecina 'La Huevo Frito'

Se llamaba Asunción, vivía en el cuarto y era enfermera. Pero en mi casa era La Huevo Frito. Tan extraño apelativo tenía una explicación. Una noche, cuando yo le llegaba a mi padre a la altura del cinturón y mi hermana conservaba aún la costumbre de disparar porqués a toda la raza humana, coincidimos con Asunción en el ascensor. Aquel poliedro de metal era muy defectuoso y solía pararse entre dos pisos. Entonces, esperábamos cinco minutos, volvíamos a pulsar el botón y el cacharro volvía a subir con un sonoro ZUM.  Era un ascensor muy humano; de vez en cuando, necesitaba un respiro.

De modo que ahí estábamos, Asunción y los tres mosqueteros, metiditos en aquel cajón dejando pasar los cinco minutos de gloria. 

-¿Qué tal el día Asunción? - preguntó el buen vecino que mi padre llevaba dentro.

-Un horror, qué cansancio, la verdad y qué frío hace en Madrid, madre mía, no recuerdo yo un  invierno tan criminal desde que era como esta niña de aquí -, debió decir Asunción, mientras le aplastaba el pelo a mi hermana como si estuviera empanando filetes. - Pero bueno, ahora a cenar un par de huevos fritos, y como nueva. 

-¡Huevos fritos, papá, yo quiero, yo quiero! - aproveché, siempre al quite.

-No sé si sabe que recomiendan no comer huevos fritos más de una vez a la semana -, replicó el médico que había también en mi padre, que se vio en la necesidad de dar ejemplo a sus criaturas. 

-¡Menuda tontería! -respondió la vecina, aferrándose al carro de la compra- . Yo ceno huevos fritos todas las noches, de toda la vida y míreme, ¡como una rosa! ¿o no?

Desde ese día, Asunción fue siempre La Huevo Frito y yo empecé a fijarme más en la mejor amiga del colesterol. La veía a menudo salir del edificio sola, con chaquetas o abrigos largos hasta los tobillos y arrastrando un carro de la compra de cuadros rojos y negros, donde siempre sospeché que trasladaba los frutos de un ejército de gallinas.


Constantine Manos. Woman and her portrait. (1964)
Pasaron los años, mi hermana ya sólo hacía preguntas a los conocidos y yo crecí hasta la altura del último botón del ascensor, que seguía empeñado en sus pausas dramáticas. La Huevo Frito también envejeció. Seguía encontrándome con ella por las noches. Venía arrastrando aquel carro negro y rojo y siempre me preguntaba qué estaba estudiando, aunque yo había terminado Periodismo -o algo parecido- hacía más de diez años.

-¿La ayudo con el carro? - le preguntaba, y ella negaba con la cabeza y la mano que tenía libre 
-Sujétame la puerta, guapa- Nunca la vi soltar aquel carro de tela.

Así que un día decidí seguirlas, a ella y al carro. Pensé que si me viera mi padre, el profesor que había en él desaprobaría mi comportamiento, pero me ganó la curiosidad. 

La Huevo Frito salió de casa. Era un invierno muy frío y el viento le levantaba el abrigo de paño hasta la cintura. Sus piernas eran tan delgadas que parecía que iban a romperse. La mano izquierda, de tanto apretar el asa, estaba blanca. Ella avanzaba rápido, como si el carro y sus casi 80 años no le pesaran.

Se metió en el metro y se bajó tres paradas más allá. Entró en una cafetería que parecía estar a punto de cerrar, con las mesas vacías y tres o cuatro nostálgicos descifrando horizontes en la barra. A ninguno, ni siquiera al camarero, más joven, pareció sorprenderle que Asunción se metiera, sin saludar, en el baño, con el carro de la compra. 

Al cabo de diez o quince minutos, volvió a salir. Iba vestida de blanco de la cabeza a los pies. Llevaba una bata de enfermera desgastada y, debajo, unos pantalones blancos. También lo eran los zapatos. Todo parecía quedarle demasiado suelto, como si hubiera menguado con los años. Asunción salió del bar arrastrando el carro y siguió caminando en línea recta. Poco después, llegamos a la puerta del Hospital Gregorio Marañón. La gente se agolpaba a la entrada. Había tres ambulancias, varias sillas de ruedas, tres niños persiguiéndose entre risas y un señor con un enorme ramo de gerberas y claveles en tonos amarillos y rosas. 


Eve Arnold. Children in NY Hospital (1960)
Asunción entró al hospital. Sólo entonces se separó del carro y, vestida de enfermera, empezó a recorrer sus salas y pasillos. No hablaba con nadie ni entraba en las habitaciones. Sólo caminaba por los pasillos medio llenos, observaba a la gente, pasaba la mano por las camillas vacías y leía los carteles. Pasó allí al menos cinco horas. Parecía estar contenta, despreocupada. 

Al día siguiente volvió al mismo lugar y me di cuenta de que nadie parecía notar su presencia. La veían sin mirarla. No se dirigían a ella porque no les inspiraba confianza, era demasiado mayor para ser rápida o útil. No la temían, ni la acusaban. Ella se mimetizaba con el grupo de gente que vivía dentro de esas paredes blancas. Una población de familias quebradas, ancianos desvalidos, niños frágiles y parejas que han crecido de repente. 

No volví a seguirla. Tampoco volví a preguntarle si necesitaba ayuda con aquel carro donde sólo llevaba su uniforme. Un día, poco tiempo después de haberla espiado, me la encontré de vuelta, ya sin disfraz y cabizbaja. 

-Asunción, ¿ha cenado?- le pregunté.

-No, niña, todavía no. Ahora vuelvo de comprar, qué barbaridad cómo han subido los precios de la carne en el mercado-, contestó, señalando con la cabeza su excusa de cuadros rojos y negros.

-La invito a cenar, propuse.

Fuimos al bar debajo de casa. Las dos pedimos huevos fritos con patatas y volví a contarle que ya había terminado la carrera y trabajaba desde hacía varios años en un periódico.

-También hay que vivir. No te olvides de eso, guapa. - dijo La Huevo Frito mientras se limpiaba un poco de yema de la barbilla. 

9/10/13

El temps s'atura

Es algo tan fácil como esto:
enciendes las grietas de mi piel,
inventas países donde cruzamos nuestras piernas
como enredaderas. Estabas justo aquí,
en las arrugas blancas de algodón,
en el baile de los músculos sedientos,
en la risa que sacia, los dedos mojados.
Tan cerca que no puedo verte, sólo sentirte
en el eje de mis huesos.

Nuestros brazos son raíces simétricas.
Suenan deseos, coplas, radios viejas.
-Madeleine Peyroux tiene trato de favor-
Regamos los besos con chistes malos y dejamos
los tobillos tendidos al vacío.
Volvemos a nacer.

Por primera vez nos asomamos al futuro y rematamos
con puntos y seguidos los miedos más ingenuos
-no es temporada, aún, de escepticismo -
Entonces, durante dos o tres minutos, una frontera,
no, algo menos definitivo, la distancia, nos aleja.

Pero vivir es mojarse en olas de peligro.
Y además nuestras rodillas derechas se doblan
exactas cada noche. Debe significar algo esta
misteriosa coincidencia.
Recuerda que somos
el tiempo que nos queda.


3/10/13

Vivir es esto

Termina el verano
Huele a fruta dulce y tambores 
que adelantan el frío.
Te piso al bailar y te ríes.
Se te dibujan olas en los ojos cuando ríes.

Por el camino de arroz que nace detrás de la ciudad
hay gaviotas aterrizando encima de los surcos,
familias que gesticulan en las puertas,
ciclistas rasgando el mediodía azul y verde.
Me señalas las huellas de tu infancia
El colegio, la música, los amigos que se quedan, 
las escaleras donde matabais dioses y gobiernos,
donde aprendisteis a leer. 
Yo te he gritado que soy feliz ahora,
tu me has mirado como un niño.
Cuando duermes también pareces más pequeño.

El verano está casi callado
y en la playa templada sólo un hombre
pasea con muletas dejando atrás el horizonte.
Yo te dibujo eses en el cuello,
tu me llenas de besos las muñecas 
Vivir es esto.


30/9/13

Oración

Creo en la fragilidad del hombre
y en el amanecer morado
sobre el desierto huérfano.

Creo en la vida que toco:
las habitaciones de la naturaleza,
el agua que nunca se detiene

Creo, por encima de todo,
en las palabras.

Hay más verdad en la alegría
que en la ruina heredada.

Creo en tu inocencia
cuando te vence el sueño
y en la forma de tus piernas
sobre mi cuerpo abierto.

Ahora es demasiado pronto
para la soledad.

Tom Chambers. Marwari.



27/9/13

Escondite

Soy
viajera debajo de la tierra
bailo con los pies quietos
duermo con los brazos atados.

¿Cuándo caduca la traición?
Pronto me faltarán palabras
para esconder secretos.

A veces me sobra piel
para tan poco cuerpo.

Termina el día,
se me vacían las manos de espejismos.
Me pregunto si es nuestro amor
supervivencia o sólo
un gran misterio.

Yume Cian



18/9/13

Nunca has sido un número

Con un año aprendí que hay día y noche y es mejor hacer ruido en el primero. 
Con seis supe que las letras también se dibujan.
Con ocho pataleaba para que me contaran cuentos al dormir y al despertar.
Con diez comprendí que al hablar francés y al llorar la boca adopta forma de O delgada.
Con doce escribía gramática en la pizarra y mala ortografía en papeles secretos.
Con catorce me alimenté de libros y acentué todos los dramas del colegio.
Con dieciséis me inventé una decena de catástrofes naturales para no hacer exámenes.
Con dieciocho escribí mi primera poesía: te quiero
Con veinte memoricé leyes y descifré sentencias y algún silencio.
Con veintiuno fui a buscar musas a París y me perdí en el metro.
Con veintitrés decidí que iba a ser periodista, editorialista, cronista, alarmista y mileurista.
Con veinticuatro entendí que a hacer malabares con palabras lo llaman titular.
Con veinticinco quise ser un verso suelto pero me dí de bruces con la página en blanco.
Con veintisiete aprendí que hay vida y trabajo y es mejor hacer ruido en la primera.




12/9/13

Las regiones ariscas

Me opongo a una división en dos Españas diferentes, una compuesta por dos o tres regiones ariscas; otra integrada por el resto, más dócil al poder central. Esto lo escribió un señor muy sabio llamado Ortega y Gasset. Yo también rechazo esta pelea eterna entre nacionalismos que, aunque tenga mucha chicha, está cubierta por una retahíla de caspa, tópicos e insultos que la convierten en una cosa pesadísima. Pero, claro, luego una se levanta de buena mañana y ve las fotos de la multitudinaria cadena humana y las portadas incendiarias, escucha a Oriol Junqueras en la SER, y se dice: aquí está pasando algo gordo, muchacha.

No entiendo cuál es el peligro real que supone celebrar un referéndum sobre la independencia de Cataluña. Dice el artículo 92 de la Constitución que las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos. Creo que es saludable, para la democracia de cualquier país, poner en marcha la oxidada maquinaria política para que el pueblo manifieste libremente su opinión. Habrá que modificar la norma suprema, ¿y por qué no? Se hizo no hace mucho por obra y gracia de la diosa Europa. Ahora mismo, ni siquiera existe una negociación ni una voluntad para encontrar una forma legal de celebrar esa consulta.

En teoría, la ley es una norma dictada por la autoridad que responde a una voluntad soberana. Sí esa voluntad cambia, la ley también debería hacerlo. No voy a jugar a adivinar qué sucedería si esa consulta se produjera, pero creo que los medios y el poder están muy ocupados en atemorizar a los ciudadanos con los problemas económicos a los que se tendría que enfrentar el país/países en caso de que saliera el sí sin siquiera contemplar la posibilidad de que se celebre el referéndum. Es como si una pareja, antes de irse a la cama, se pusiera a discutir sobre los problemas de salud, la elección de colegio y la paga del hijo que ni siquiera han gestado. Gracias por seguir leyendo después de esta metáfora.

Por otro lado, tenemos muy cerquita geográficamente - en Escocia- un ejemplo de que, cuando los políticos defienden el entendimiento en vez del y tu más y sino no respiro, se pueden encontrar vías legales para que los ciudadanos ejerzan su derecho a votar.

¿Lost in translation? / EFE
La otra conclusión a la que llego es que los partidos mayoritarios viven completamente al margen de las preocupaciones de la gente y se hacen los suecos o se fuman un puro ante un movimiento cada vez más grande -silencioso o gritón- que pide la independencia o, al menos, un replanteamiento de la forma del Estado. Cualquiera que haya estado en Cataluña y cualquiera que esté un poco informado sabe esto (por ejemplo, según una encuesta, ERC ganaría las  elecciones en Cataluña si se celebraran hoy) . Ya dijo Ortega y Gasset que la desventura de España es la escasez de hombres dotados de talento. Menudo listillo.

Esta lista de obviedades es sólo mi opinión. Si no les gusta, tengo otras. Ahí va una recopilación de lo más interesante y sorprendente que he leído sobre el tema:

"Es ilusorio creer que se puede eludir el test de los procesos seguidos en Canadá (Quebec) y en Reino Unido (Escocia), especialmente con la cercanía geográfica y temporal del proceso escocés. (...) La cuestión del referéndum no queda liquidada con la afirmación de su ilegalidad constitucional. No creo que esta cuestión se haya debatido suficientemente. En cualquier caso, más allá de ella, tenemos pendiente el debate sobre la idoneidad de su regulación constitucional y estatutaria. (...) No parece que negarse a entrar en ese debate sea un terreno político muy firme; ni la opción política más conveniente para afrontar, con solidez, la confrontación que plantea el nacionalismo, dentro y fuera de Cataluña (...)  Cerrada la vía del referéndum, el nacionalismo abrirá otros caminos para mostrar el respaldo popular a sus demandas. Caminos que le exigirán tratar de incrementar la tensión política, radicalizando el movimiento, devorando a muchos de quienes se han creído capaces de conducirlo y transformando el mapa político catalán. Una situación más difícil de gestionar para Cataluña y para España" Alberto López Basaguren, catedrático de Derecho Constitucional, en  El País.

"Esa es la manipulación intolerable del gobierno catalán: que habla con la voz de una parte de la población como si fuera el todo"  Victoria Prego en El Mundo

"Hay que rehacer, quizá inventar un sentimiento comunitario inclusivo y respetuoso de las diversas  conciencias nacionales que, nos guste o no,  coexisten en España". Lorenzo Silva en El Mundo.
"Cataluña, los nuevos ideológocos declaraban, debe recuperar lo que ha perdido. Eso la devolvería a los días de triunfo del pasado. Pero, ¿qué había perdido Cataluña? Era una cuestión fundamental, que ha afectado y seguirá afectando a los movimientos nacionalistas en todas partes. ¿Fue la unión de Gales con Inglaterra una historia de pérdida y de opresión? ¿Sería Quebec más rico y poderoso hoy si no hubiera estado unida al Canadá británico? " Henry Kamen, historiador, en El Mundo.

"La cadena humana que enlazaba la ribera del Ebro con la frontera pirenaica fue un gran acto de exaltación de un nacionalismo fanático que, en perjuicio de los ciudadanos de esa comunidad, recurre a los métodos del totalitarismo para avanzar hacia una independencia que se sustenta en un permanente victimismo y en la presentación de España como una nación opresora". Editorial de El Mundo. Sin comentarios.

"Hay quien se siente muy orgulloso de haber nacido donde nació. Se trata, supongo, de un orgullo por delegación, porque el nasciturus suele carecer de capacidad de decisión y nace donde le nacen. (...)Sospecho que, si me dieran la oportunidad, votaría por España. Porque siento que la caspa inagotable de ese país es un poco mía, porque siento que su desgracia es también la mía, porque no me fío de los míos más que de los otros, porque no es elegante abandonar un barco que zozobra (y menos en una lancha de fortuna)(...). Evidentemente, preferiría que ganara la independencia. Sería la forma más cómoda de vivir de una puta vez y para siempre en el extranjero". Enric González en Jot Down

"¿Qué está haciendo España para recuperar a Cataluña? ¿Le basta con enfadarse? Cada fuerza política tiene su receta pero no están poniendo en común nada. ¿No se dan cuenta de que estamos llamados inexorablemente a una relectura del Estado y a una reforma de la Constitución, en el caso de que haya tiempo?" Iñaki Gabilondo en El País.

"¿Todos independentistas? La mayoría, sí; todos, no. Aunque algunos lo viven como un credo religioso –hace veinte años estaban en franca minoría y ahora se ven en el centro de un gran debate político de dimensión internacional–, el independentismo catalán es un estado de ánimo difuso, que admite muchos matices e intensidades. Es una convicción, pero también es una temperatura. Se le puede dar muchas vueltas y se pueden escribir páginas y páginas sobre la cuestión, pero creo que la Diada del 2013 se puede resumir de la siguiente manera: el independentismo es hoy la expresión más directa y dinámica del cúmulo de malestares que se concentran en Cataluña como consecuencia de la crisis económica y de la desgraciada revisión del Estatut". Enric Juliana en La Vanguardia.

9/9/13

Lo que queda del día (I)


Señor y señora de cincuentaiprimeras arrugas. Churro azul y gafas saltonas. Gorros viejos. Entre braza y braza les oigo hablar. ¿Tu sabes que en la Grande Place de Bruselas la Inquisición quemaba gente? Treinta euros al mes y un par de lecciones de Historia. El profesor dice que lo he pillado con ganas. Estaba escapándome de la hoguera, responden mis ojos rojos. 

Mañana de resaca, frankly. Se busca repartidor con licenciatura y se regala alcaldesa cardada sin inglés. (Saludos a Muzzy, qué nostalgia). Y Botella, querida, el café, de toda la vida, es EX CIII TIIING. Llámalo cafeína o infarto post tacilla en la Plaza Mayor. 

Aquí una lectura interesante de por qué el tramposo Madrid no se merecía las Olimpiadas. ¿A nadie se le ocurrió mandar el currículum a los Juegos del Hambre? Qué poquita visión de negocio.

He ido a ver al Brujo al teatro Álcazar. Perdón, al teatro Cofidis. Lo que el IVA cultural te quita, el patrocinio te lo devuelve. Salvar la cultura a golpe de contrato publicitario es como querer dar de comer a España con un casino. Oh, wait. Me vuelvo al escenario. Canoso y chistoso, Rafael Álvarez, una mezcla entre Punset y el padre de la relatividad (no, Rajoy, esta vez no va por ti), cuenta la historia de la Odisea. Literatura por aquí, chascarillos por allá. Un gran narrador. Es casi mágico que en la dictadura de los 140 caracteres un sólo actor consiga hipnotizar a un centenar de outsiders. Fuera, la calle Alcalá era una olla a presión. Empezó a jarrear a la misma hora que doña Bottle tocaba la flute.  

Recomendaciones

La fotografía de Rafael Sanz Lobato. Antes todo esto era rural. En sus marcos hay locos arrancando la crin a los caballos, niñas vestidas de luto, hombres cargando con cruces en la espalda. Ahora las cruces no se ven y las niñas crecen demasiado rápido. 




Leo:

a Irène Némirovsky 

De pronto, una mancha oscura se deslizaba por el cielo cuajado de estrellas y las risas cesaban: todo el mundo permanecía atento. No era inquietud propiamente dicha, sino una extraña tristeza que tenía poco de humano, porque no comportaba ni valentía ni esperanza. Así es como los animales esperan la muerte. Así es como el pez atrapado en la red ve pasar una y otra vez la sombra del pescador. 

('Suite Francesa'. París, días antes de la invasión alemana en 1940).

a Leila Guerriero


Un día mi padre me llamó y me explicó lo de la semillita, acariciándome la cabeza como si me estuviera dando el pésame. Entendí esto: entendí que el hombre metía un brazo adentro de la mujer —no me pregunten por dónde—, y que con los dedos —que en mi imaginación tomaban la forma de una tenaza que tenía mi abuelo Elías— plantaba una semilla. El procedimiento me pareció humillante y quirúrgico, pero enseguida vi que había solución:
—Yo voy a hacer al revés, le voy a meter una semilla a un hombre.
—No.
—¿Por qué?
—Porque no.

Y suena






4/9/13

Este verano he aprendido


A conducir una bici en línea recta 
A descorchar botellas de champán en medio del campo.
A correr sin perder el aliento.
A quererte desde el primer párpado abierto.
A tocarte por dentro.
A saltar de concierto en concierto
A disimular mis manías –esto es bueno-
A callar los reproches –no tanto, esto-
A emocionarme cuando suena la orquesta.
A escribir antes de medianoche
A interpretar silencios.
A imaginar perfectos.



Que las niñas bonitas sí pagan dinero, lo dijo el banquero.
Que la edad se mide en los segundos y metros que separan las pisadas.
Que en Menorca la pomada lleva ginebra y limón.
Que en Berlín hay gente que vive en los parques y en las nubes.
Que en Portugal al presunto (ladrón) se lo comen. Ojalá...
Que amar es paciencia, concentración y disciplina. Y reír, aunque no te apetezca.
Que la soledad es más aterradora que la muerte.
Que todos los caminos llevan a broma. (Perdonad).
Que la máxima especialización es la mínima garantía.
Que no es lo mismo creer que tener fe.
Que el orden de tus besos me altera.
Que el mejor lugar para hacer el amor es cualquiera.
Que la mejor música para hacer el amor es ninguna.
Que todo el mundo desconfía pero nadie pregunta. 
Que la indiferencia es, a la vez, antídoto y veneno.
Que ahora que la economía va despacio, vamos a contar mentiras.
Que el barco naufraga y no basta con nadar si nadie ha visto tierra
Que, a pesar de todo, hay que vivir más y pensar menos. 

26/8/13

Calle Maldonado


-Los jóvenes creéis que tenéis siete vidas.

-¿En qué me arriesgo yo?

-Siempre estás viajando, cada vez más lejos. Sólo espero que en el último momento pidas perdón a Dios.

-Perdón, ¿por qué? No iré a ningún sitio. Desapareceré, ya está.

-No es tan fácil. Por las noches, aunque tu cuerpo está como muerto, sueñas. Estás en otro país, eres rica, vuelves a ser una niña abriendo juguetes. Eso es tu espíritu o tu alma, no le pongas nombre si no quieres, pero seguirá vivo cuando tus huesos se los coma la tierra.

-¿Nos tenemos que poner siempre así de dramáticas?

-Qué tontería. Lo que pasa es que te da miedo hablar de la muerte. Pero puede llegar en cualquier momento.

-Sí, nos tenemos que poner dramáticas. 

-95 años. Sólo mi tía Bienvenida vivió más que yo. A mi padre se lo llevaron por la puerta a golpe de pistola cuando yo tenía 16 años. Mi hermano se murió hace 20. Mi marido, cinco años después. Mi hijo, hace sólo cuatro años. Yo estoy esperando como en la cola del mercado. He pedido la vez y me tocará dentro de un par de turnos. Ojalá me encuentre antes de que me quede ciega y me vaya meando por los rincones de la casa, como Bienvenida.

-Llevas amenazando con tu muerte desde que tengo memoria.

-El que avisa no es traidor

Tiene los ojos de búho, de mochuelo. Un pájaro despierto y salvaje desde fuera. Pero ella duerme por las noches, más siestas a medio día. Su casa huele a cerrado y a zumo de piña. Hay una mesa en el centro del salón cubierta por un plástico amarillo. La devoción discreta al pragmatismo y dos sillas agujereadas porque aquí nada se tira, ni siquiera el pan reseco. Una foto de María, la virgen, al lado del teléfono anulado por la sordera. En la estantería, fotos en fila india de las comuniones de los nietos y además un libro de recetas nuevo, El legado de Juan Pablo II, El Rojo y el Negro -igual que las doscientas faldas heredadas y eternas- y La vida es sueño -ella adormilada en la esquina del sofá-. Dos detalles: un azucarero con pastillas; una copa de vino rellena de caramelos.  

María hace pausas mientras habla. A cada rato confunde los parentescos. Habla del campo y sus herramientas como si yo las hubiera tocado. Con la uña del dedo gordo de la mano izquierda repasa el borde del mantel y con la otra mano se acaricia la sien. Hay migas en el suelo. Ella quiere saber por qué en Siria, qué dijo Merkel, quién es él y a qué se dedican sus padres, cuánto me pagan y a cómo está el suelo en Madrid. Dispara preguntas sin saber que es su remedio contra la vejez.

Aún conserva mechones de pelo negro. Me ofrece magdalenas y si me descuido me las mete en el bolso. Pero mujer, toma algo. Un zumo, una pesicola, ¿no quieres nada? Me mira y me repasa. Desaprueba el pantalón tan corto y las uñas tan rojas. Nunca se ha maquillado. El día de mi boda me quité la pintura mojándome los labios. Me picaba. En mi época no gastábamos tanto dinero en caprichos. Su época, como si hubiera vivido toda la Edad Media y al acabar la guerra de los Cien Años hubiera gritado ¡Ala, se acabó, mañana toca otra edad!  Ella es que es de época.

-¿Has sido feliz?

-Sí. Pero no se puede ser feliz siempre. Hace falta paciencia. Hay que cuidar más la felicidad de la familia, de los amigos, y menos la nuestra. 

-¿Cómo vamos a ser felices si descuidamos nuestros sueños, nuestras ilusiones?

-Los jóvenes pasáis demasiado tiempo soñando. 

7/6/13

Fly me to the moon

Cuentos para Io (2)


Me ducho con agua muy caliente y Frank Sinatra. Es un ritual, como batir los yogures hasta que estén líquidos o buscar en Google los nombres de mis compañeros para tacharles con alivio de una lista de fugitivos. Llevo años repitiendo este esquema cuando suena el timbre de los días. Café, mermelada de naranja amarga y la radio al mínimo para que las noticias no me raspen los codos destapados. Y luego Sinatra, viento y cuerdas, mientras me lavo. Así me lavo dos veces. No me gusta cantar en la ducha, me gusta oír música mientras me cae un hilo de agua por la espalda.

Empecé a escuchar La Voz para dejar de escuchar a mi padre. Lo había abrazado en la cocina, el salón y los pasillos de pisadas y ecos. Lo había abrazado con palabras a medias y los ojos contagiados de rojo. Pero él no podía parar de llorar porque mi madre, su mujer desde hacía 31 años y tres pinturas en casa, había muerto el día anterior. Creo que mi padre pensaba que si lloraba un mar, ella volvería nadando hasta la orilla. Hasta la misma cama que yo escalé precoz con mis brazos gorditos.


Así que desde aquel día lo hago todas las mañanas. Fly me to the moon. The way you look tonight. Someone to Watch Over me. To Watch over me. Hace ya nueve años. Por eso hoy, cuando el teléfono ha interrumpido al barítono del sombrero negro, me ha molestado. Y mientras escupía agua por la boca haciendo una fuente ­–otra costumbre ancestral-ha vuelto a sonar.

-Oye Paco, soy Martín. Nos vemos en la Avenida de las Trece Rosas, en la entrada. A las 9. No me jodas y se puntual, que nos conocemos

Pitido, let me sing for ever more, pi- ti-do.

Me he quedado con el auricular en la mano y cara de estar sujetando un ratón por la cola. El único Paco que conozco es el de seguridad del edificio donde trabajaba hasta hace poco, que tenía manchas de café en la camisa y leía ejemplares antiguos de la revista Hola.


La Avenida de las Trece rosas bordea el cementerio de la Almudena. En la puerta, un trozo de aire en la muralla de piedra, hay un chico de unos 30 años. Lleva un cubo de plástico azul y una mochila de tela desgastada y, si no fuera por el mono, parecería que está esperando que alguien le lleve a la playa a hacer castillos de arena. Me acerco. Él mira el reloj -Joder, Paco, ¡encima que te consigo el trabajo! -me mira -Si buscas la entrada principal , está en Avenida Daroca. Pero puedes pasar conmigo. 


Hace nueve años que vine por última vez. Recuerdo una pequeña ceremonia y tanto viento que apenas se escuchaban las palabras del cura arrugado y medio tartamudo. Luego mi padre apareció por una puerta de madera con la mirada fija en el suelo y una urna brillante entre los brazos. La acunaba como si llevara un recién nacido. Después de un paseo que me pareció eterno, llegó otro desconocido que se subió a una escalera y metió a mi madre dentro de una colmena de ladrillos marrones. Tapó el hueco con cemento y nos fuimos de allí igual que el viento. No hemos vuelto a ir, porque nunca supimos qué buscar en esas letras de piedra.

Ahora Martín empieza a andar por los caminos de arena. Pasamos los monumentos conmemorativos, las basílicas, los mausoleos y las tumbas. También hay jerarquías en la muerte. Cuanto más avanzas por los laberintos del camposanto, más escalones sociales desciendes. Los ramos de flores naturales dejan paso a las de plástico, el mármol a la piedra, y a ésta se la comen las hojas salvajes. Quedan recovecos donde se drogan los últimos desesperados y alguna pareja echa un polvo sucio en un coche, gritando por encima de millones de venas congeladas.

Eternalia. Martín lleva ese nombre pegado en el mono, a la altura del corazón. Eternalia.

-¿Habías quedado con Paco, verdad?

-¡Mierda! Marqué mal...¡otra vez! Vaya, perdona - qué sonrisa más bonita- Sí, Paco. Un amigo, iba a presentárselo a mi jefe porque hay una vacante y él busca trabajo. ¿Y tú, por qué has venido?

-Bueno...no tenía nada mejor que hacer. Y además podrías haber sido un mafioso con la maleta llena de billetes - Deja ya de ver películas de Robert de Niro.

Él me habla de su trabajo. Limpia las tumbas de quienes no tienen tiempo, dinero o ganas. Como era lógico, cuanta más superficie tenía la casa del muerto, mayor era la tarifa. Si había que utilizar escalera, 10 euros más. Extra por velas: 15 euros. Ramo de margaritas, ídem. Las rosas, el doble.

-No pienso trabajar siempre aquí, pero me pagan bien. En realidad lo que me gusta es cantar - Haría el amor con esa sonrisa.-

Quiere ahorrar para ir a Londres, Viena, París, Nueva York, alguna de esas ciudades donde la música sigue escribiéndose todos los días. Lo lejano siempre se transforma en sueño. Yo le hablo de mis despertares con Sinatra. Le cuento que soy periodista y estoy en paro. También quiero escaparme, más por cobardía que por aventura. Él me cuenta que tiene una vecina que lee las cartas y una colección de copas de cristal. Yo le digo que me gusta nadar y que en el periódico donde trabajaba hasta hace un mes los horóscopos los redactaban las secretarias en la pausa del café de las 11.

A la misma hora hacemos un descanso y él empieza a trabajar. A un lado hay una de esas colmenas de ladrillo y arriba, en el tercer piso, el nombre de mi madre.

Sigo escuchando a Frank Sinatra por las mañanas, en la ducha. Aunque, a veces, Martín me pide otra canción.


26/5/13

Como desees


Para Io

El alcalde de Villafortuna leía el Tratado de Anatomía de Henri Rouvière todos los martes y jueves por la noche. Tenía debilidad por las páginas sobre el sistema reproductor y  el cerebral. Los demás días de la semana Alberto Silbado, que no tenía brazo derecho, hacía el amor con Fátima Reina. Alberto se sentía el hombre más afortunado del mundo por seguir practicando el sexo con su esposa igual que cuando se dieron el  “sí quiero” en la iglesia de San Segundo. Aunque a veces odiaba el pequeño muñón de su hombro derecho. Nadie sabía cómo había perdido el brazo.
De este erotismo hercúleo había nacido Javier. Tenía 18 años, una espalda fuerte y muchos amigos. En las Nochebuenas causaba furor con su teatro de sonidos animales que terminaba con un bis del elefante y miguitas de polvorón haciéndole un Miró en la pechera.
Todo Villafortuna creía que era feliz. Pero Javier tenía un problema. No veía un pijo, ni tres en un burro. ¡Ni torta! Él quería ser piloto de avión para buscar el rayo verde y conocer a las mujeres más bellas del mundo, las azafatas. Pero cada mes que pasaba el grosor de sus culos de vaso iba en aumento. Las gafas le pesaban tanto que iba con la cabeza inclinada como si estuviera buscando un botón en el suelo. Una noche, desesperado, rompió a llorar en brazos del alcalde Silbado, que ese jueves estaba rascándose la cabeza preguntándose cuánta cantidad de materia gris contendría su cerebro. Javier habló a su padre de su sueño frustrado, lloró a moco tendido sin ver un moco y cerró la exposición con una sublime imitación de un gato huérfano. Alberto, testigo incómodo de la tragedia, se puso muy serio: "Hay una forma de recuperar la vista. Si de verdad es lo que deseas, mañana iremos al Sepulcro de San Segundo".

Javier, nervioso y asustado, no consiguió dormir. Así que a las seis de la mañana decidió salir a pasear, pero olvidó su bastón de círculos transparentes. Después de recorrer un par de calles negras con farolas amarillas, empezó a oler a pan, mantequilla y chocolate. Como uno de los ratones de Hamelin llegó hasta la Pastelería Giner, donde la dueña, Teresa, amasaba una enorme pasta con las manos. Javier reconocía una forma femenina que le parecía una bailarina desnuda cuyos brazos eran como las ramas de un árbol y, las manos, las hojas temblando cuando hay viento
 -¿Tiene bombas de nata?, preguntó el joven visitante.
Teresa pegó un salto y dejó caer la enorme masa que formó un platillo gigante en el suelo. Sabía quien era Javier, pero sin gafas y con tan poca luz, no lo había reconocido.
-Llegas pronto para la nata, chaval. Estoy haciendo pan. ¿Quieres aprender?
Y así Teresa y Javier hicieron boxeo y malabares con pelotas de harina. El cuerpo de Teresa olía a naranja y bizcochos y sus piernas, casi siempre tapadas por el mostrador de las pastas de té, eran las más bonitas de Villafortuna. Ayudaba por las mañanas en el negocio familiar porque sufría insomnio crónico, le contó a aquel chico con la mirada perdida, y por eso, aunque tenía sólo cinco años más que él, sus ojos, arrugados como pasas, parecían los de una anciana.
-Creo que hay una forma de pararlo, dijo el apuesto imitador de animales, acariciándole las manos. Mañana, cuando termines aquí, ven al Sepulcro de San Segundo.
Una hora después, Javier y su padre caminaban en dirección a ese mismo lugar. El Alcalde, visiblemente agotado por el décimo coito de la semana, iba recitándole a su hijo los huesos del pie para romper el hielo. Las puertas de la Iglesia siempre estaban abiertas porque no había oro que robar. Hacía frío y el altar proyectaba una sombra con forma de mandíbula en el techo. Bajaron diez escaleras hasta el sepulcro y una vez allí, el padre se situó frente a la tumba de San Segundo, se colocó bien la chaqueta, tosió para afinar la voz (tics nerviosos heredados del cargo público) y y dijo:
-Si deseas recuperar la vista, mete el brazo debajo de esta tumba y pídeselo a Segundo. La noche de mi boda, vine aquí y le pedí al santo que nunca dejara de desear a tu madre hasta el día de mi muerte. Han pasado 20 años.
Javier se echó a reír y el eco de las carcajadas resonó en el panteón como una fiesta de lunáticos. El alcalde Silbado, que no había pronunciado ni mu ni ma, se acariciaba el muñón de su brazo derecho como si fuera el rey de los chalados. "No tengo nada que perder", pensó Javier, así que metió su brazo derecho debajo de la tumba.
Al día siguiente, Javier empezó a ver mejor. Los colores de los semáforos, los números de los portales y de los billetes, el cartel del teatro, el reloj de la estación. De madrugada volvió la Iglesia para encontrarse con Teresa. Allí estaba, caminando arriba y abajo sin parar, agarrándose las mangas de la camisa. Los dos repitieron la escena de la noche anterior. A la salida, Javier empujó a la bella insomne de la chaqueta contra la pared y le dio un beso en los labios para romper el hielo. Escucharon las campanas de las nueve de la mañana desde la panadería, desnudos, compartiendo la primera bomba de nata del día.

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Veinte años después de aquella noche Javier viaja de Río de Janeiro a Nueva York en un vuelto con 350 pasajeros. Lo ha conseguido, es un piloto de éxito y está rodeado de mujeres bellas. Ahora ve tan bien que lo hace a través de las personas. Sabe tanto de tantos que se ha vuelto un poco desconfiado. No ha vuelto a Villafortuna y ya no sabe imitar los sonidos de los animales, y eso que muchas noches sueña que lo persigue una manada de elefantes. En la cartera lleva una foto de Teresa, de cuerpo entero.
Ella consiguió dormir. Tanto, que sus ojos han vuelto a alisarse y brillar. Tanto, que ha dejado de ir a la panadería para hacer pan y bizcochos de naranjas, su especialidad. El negocio perdió calidad y clientes hasta que su madre decidió cerrarlo. Teresa, que durante años se carteó con Javier, que siempre estaba en las nubes, ha decidido lanzarse en la literatura infantil y le va bastante bien. Duerme todas las noches del tirón.
Lo único que tienen en común Javier y Teresa es que han perdido el brazo derecho. A él se lo amputaron en un hospital de Colombia algunos años atrás. Como para entonces los pilotos podían conducir con una sola mano (y hasta sin las dos), Javier pudo seguir trabajando. El médico dijo que era inexplicable, inaudito, cosa de brujería, pero que ese brazo estaba muerto y lo mejor era cortar. Lo mismo sentenció el médico de Villafortuna y desde entonces Teresa dicta palabras al ordenador. "De todas formas, llevaba años sin hacer pasteles", se dice.
La Iglesia de San Segundo ahora cierra sus puertas por las noches, después de que un grupo de adolescentes intentara robar la tumba del santo que, según habían oído, hacía realidad cualquier deseo. Y, en cuanto al Alcalde Silbado, ha tirado a la basura el Tratado de Anatomía de Rouvière. Ahora prefiere leer novelas de misterio, preferiblemente suecas. Su mujer y él siguen durmiendo juntos. 



16/5/13

Resucitar el día


Alguien me dijo que la amistad era respeto y una bañera con agua muy caliente

Que era sonrisas reflejadas y diez sillas mirándote en silencio
Que era justicia sin dolor, amor sin fecha.

Estoy aquí y te pierdes, no sé la dirección, no entiendo los reproches
No importa qué dirán, no importa lo que callan,
no saben que fuimos una vez llaves maestras, tocábamos las mismas notas en el ruido.

El sol se ha puesto y tu quieres resucitar el día.

Petites filles, Versailles, 1958. Janine Niepce.

9/5/13

El cántaro roto


Querido Javier Pérez de Albéniz:

Siempre me ha gustado lo que escribe. Creo que en nuestra profesión falta autocrítica, gente metiendo el dedo en la llaga, gente que cuente el cuento de que tanto se acercó Pedro al lobo que acabó haciendo de recadero en vez  de cazador. Así que he leído lo que ha escrito -coincido en casi todo- sobre el nuevo suplemento 'Luxury&Quality' que hoy publica El Mundo. Periódico en el que usted trabajó bastantes años, creo. Casualmente, soy una de las redactoras que ha escrito un texto sobre un tema relacionado con el lujo. Es una obscena casualidad, es cierto, que la publicación de este suplemento coincida con el despido del 30% de la plantilla de Barcelona. Pero supongo que usted no quería decir que lo segundo es culpa de lo primero. Es una lástima, porque si así fuera, habríamos solucionado la crisis del periodismo en el tiempo que se tarda en leer el enésimo "Aquí estoy yo con mi verdad", que es un nuevo género que todavía no se estudia en las facultades.

Ojalá las empresas periodísticas pudieran ser rentables e independientes a la vez. Ojalá los periodistas -todos- pudiéramos escribir sin depender de los poderes políticos y los económicos. Pero no siempre es así. Le pido un favor. Lleve el ratón al apartado 'quienes somos' de la revista Vanity Fair en la que escribe su blog. Después de la directora, de la subdirectora y de la redacción, está la gallina de los huevos de oro: "Directora de publicidad: fulanita de tal". Es probable que me pase de lista -enfermedad común de los de nuestra calaña-, pero supongo que cuando su blog se mudó de Wordpress a Vanity Fair fue porque en la revista -en la que hay una estupenda (no es irónico) sección de Lujo- iba a tener muchos más lectores. Yo habría hecho lo mismo. Todos, incluso los defensores de la libertad, necesitan un sueldo.

"Este es el nuevo periodismo. Menos periodistas, más productos. Menos exclusivas, más exclusividad. Menos periodismo, menos periodistas, menos publicidad, menos dignidad, menos talento, menos… ", ha escrito. No creo que sea nuevo, la verdad. Todo aquí huele a viejo. Es el periodismo que ha ido engordando y engordando casi desde el siglo XIX, se dice pronto, que vio nacer a las primeras empresas periodísticas  Pero el cántaro de leche -perdone tanta metáfora con la comida, es que es la hora de la merienda-se rompió, no es nuevo, hace décadas. Menos periodistas, sí, desgraciadamente, porque no suele haber dinero, qué sorpresa, para pagar a redactores que salgan a la calle a contar noticias, cuentos, y batallas. Pero siguen quedando sobres para los que sólo tienen un nombre o un cargo.

En cuanto a lo de menos dignididad....¿se pierde la dignidad por hacer el trabajo pedido, el trabajo por el que nos pagan? ¿Es menos digno que usted el periodista de TVE que recomendó en el telediario rezar a los parados? ¿Es más digno que yo el corresponsal que rabia contra las injusticias de esta profesión pero que prefiere no escribir si su nombre no va en la portada? No les conozco y por eso no me atrevo a llamarles indignos, ni creo que entrar en estos juicios de valor ayude a salir de este fango. El modelo de negocio que nos da de comer, a usted y a mi, está podrido y ya no sirve. Pero el periodismo, afortunadamente, sigue vivo.

Un saludo,

María

8/5/13

Un mes

Eres como un gigante aplastando murciélagos
Como una orquesta que revienta ventanas que provoca
el baile amarillo de los pies y los labios.

Eres una canción, un sí, parece poca cosa, un sí, muy alto
Que cierra precipicios
Que se burla del mal
Que es más libre o, por lo menos,
conserva el equilibrio en el vacío.

Eres la solución más rara del problema
La diplomacia en calcetines
El nómada que desentierra sus raíces
El que atraviesa (mi) piel y llega hasta los huesos

Tú naces cada día.

Kevin Meredith


16/4/13

Mirar


No importa hacer, sino mirar
el rastro del círculo de luz,
yemas del huidizo asfalto,
tu nuca alimentando mi deseo

Yo he vendido mis labios en la sombra
Me he inventado palabras en la sombra
He pedido perdón y sólo había sombras

La noche es tan corta que cabe debajo de las uñas

Cuando nací me abrigaron con una sábana blanca
Al morir me taparán con una sábana blanca

Y qué hago con estos días verdes, rojos, azules
Mirar con inocencia, no hacer. 



9/4/13

¡Se callen, coño!


El teatro es malo para la salud. Puede usted pillar la gripe, la tuberculosis, el tifus mismamente. Como mínimo, se lo advierto, se lleva a casa un catarro tonto. Los asmáticos, los alcóholicos, los afónicos, Llongueras (¿saben que hay gente en foros que pregunta cuánto vino hay que beber para emular su voz?), colegios que escupen flubber y señoras con cavidades secas (¡no sea guarro, ESA cavidad no!) se dan cita las tardes de los sábados en los teatros madrileños. Puede que en otras provincias sea parecido, pero no se fíen, hay muchas diferencias en esta España mía. I mean, tenemos al reino de Cospedal y su peineta y luego al resto del país. Entre medias, los Acantilados de la Locura.

Pero me pierdo. El teatro, les decía, es ese edificio donde un grupo de gente, actores, recita de memoria un texto ante un público, a priori interesado en escuchar. Se lo explico porque algunas personas confunden el teatro con un cine o, peor, con la calle o, qué les parece, con un bar, y se vienen arriba. Y yo aquí he venido a hablar de mi libro a iluminarles.

Para empezar, hay un escenario, que es un espacio algo más alto donde se desarrolla la acción, con unas cortinas que pesan como el mundo entero sobre la espalda de Atlas (no me lo diga, el día de los mitos no estaba usted en clase) y una sala de butacas frente al mismo. Tal vez algunos palcos, un pasillo estrecho, unos camerinos, que es donde los actores se dan al vicio, follan y rezan, no necesariamente en ese orden, las taquillas, los camerinos y, ¡un ambigú! que no es un acomodador con moustache venido de Lyon, sino el nombre de la cafetería o el bar, esto he leído. ¡Espera, espera! ¿No era que un bar era distinto a un teatro? No se precipite. En los teatros a veces hay un bar, pero está separado por un muro. Y no me obligue recordarle que en Berlín hubo gente que murió al intentar cruzarlo. Bien. Muy bien. Sigamos.



El exterior de este edificio suele reconocerse por su fachada neoclásica (tó viejo, para los de la E.S.O), aunque tampoco vayan a fiarse a rajatabla, porque algunos arquitectos juegan a ser Dios o Miguel Ángel y existe uno con forma de aleta de tiburón. O más bien, con forma de ramo de aletas, se puede ser más excéntrico. Para su paz interior les diré que está en la otra punta del mundo, Sydney, Australia. También hay algunos teatros al aire libre. Suelen tener aspecto de ruina y están habitados por sonrientes personas con grandes objetivos en la vida. Japoneses.

Sea como fuera el caso es que el otro día fui a uno de estos sitios. No es que sea una espectadora asidua, si es que esta especie existe después de la llegada del IVA cultural, un regalo del Gobierno a los titiriteros , los poetas y los músicos. Ya saben, esa panda de caprichosos que no crean riqueza. VAGOS QUE SON ETA, que diría Masaenfurecida. Sólo interesan cuando se mueren (véase Sara Montiel, de vieja chocha a artista consagrada, ya en el féretro) y cuando ganan premios en el extranjero. Que ese lugar abstracto a donde van a parar los jóvenes, ese lugar donde un pregonero va gritando "Maaaarca Espaaaaña, Maaaarca Espaaaña". (Aquí podrían añadir 'se busca exorcista de indignada'. Pago bien.)

Y allí estaba yo, en uno de los palcos con una amiga, columpiando mis brazos de atleta en el vacío para arrimarme a la barrera y ver salir al toro y al torero. 'A cielo abierto', en el Teatro Español, el más antiguo de Madrid. Por cierto, inserto aquí una anécdota. La esteticista de mi madre tenía un minijob de acomodadora en este sanctasanctórum (lugar sagrado, para los de la E.S.O) del arte. Le resultaba desconcertante  y placentero a la vez, a la que me dio a luz, que es profesora de Literatura (quién lo iba a decir) poder charlar en la camilla a pierna suelta de Lope de Vega, Calderón y toda esa pléyade de genios. Pedro, si me lees, toma esta escena para hacer de ella cine en carne viva. My pleasure.

Oigan, cómo me lío. Pues estábamos allí, disfrutando de la obra. Buenísima (no hay ironía en esto). Cuenta la turbulenta historia de amor entre Tom (José María Pou, qué monstruo) y Kyra (Nathalie Poza, también lo borda). Él es empresario de éxito, viudo recientemente, capitalista por principios, 20 años mayor que ella, profesora, pobre por elección, algo atormentada. ¿Pueden estar juntos dos personas tan distintas? Pues bien, cuando estaba el nudo de la historia a punto de servirse hete aquí que el público empieza a liarla parda. Toses, contracciones espasmódicas sinfónicas, esputos sin pudor, seguro que hubo bilis, ¡que me parta un rayo si miento! Cuando un cof cesaba empezaba otro cof cof y se iban sucediendo sin fin como si fueran una jodida orquesta de tráqueas malheridas. Como si se hubieran colado allí dos plantas de un hospital de enfermos crónicos. Y entonces, gracias a Molière, José María Pou exclamó: "¡JODER!"

Silencio inmediato. Dos segundos después, estallido de aplausos. Mon dieu, el teatro apunto de derrumbarse por semejante sobresalto. Los alborotadores callados como putas. El resto, celebrando la victoria (algún "oe, oe, oe" lejano). Y Pou y Poza haciéndose pis de la risa. "¿Podemos, ya?", preguntó entonces el primero, asomadito al escenario (para definición, ver más arriba). Mi soñadora amiga apunta: "El mensaje del altavoz debería exigir al público que comiera caramelos de menta antes de aposentar el culo en el asiento". "Pufff, ya te digo, tía", apruebo. Me imagino a unos señores con alcoholímetros en la puerta midiendo la sequedad de la garganta antes de dar acceso. "Positivo, tire pá fuera". O chinos vendiendo pañuelos de seda falsa para aclimatar las gargantas más rebeldes. Y así, de paso, generamos más riqueza, para complacer a los del IVA. Afortunadamente estas ensoñaciones duran poco y vuelvo a sumergirme en la historia que sigue, en directo. Y pienso, ¿para qué sirve democratizar la cultura si no hay interés en disfrutarla?

3/4/13

Caballos ciegos


Caballos ciegos de crines despeinadas
Silba el mar presume de ser libre
Diez pianos tocan My Baby Just Cares for me
Por mi barbilla baja un río de agua dulce
Ojalá vivir fuera verano

Aquí y ahora la garganta me sangra,
aún falta llorar y que me vean
luego secar el dolor más sagrado.
Los ojos me brillan al final del día
ha llovido y ahora empieza la vida a despertarse

Quiero beberme este silencio, quemar las horas quietas
Ir hasta el centro de la Tierra para nacer
Y allí, hablar del amor
Ojalá vivir fuera despacio