20/4/11

Riesgo y Altura

Tiene 25 años, alergia a las manzanas y una melena rubia que se enreda con facilidad. Se llama Isla porque sus padres se conocieron al subir a un barco. Él nació tres meses después, lleva doce sin ver el mar y cuatro días manteniendo la promesa de no volverse a enamorar. Se llama Alfredo porque su madre adoraba a Fred Astaire pero creyó que un nombre inglés se pasaba de moderno.

Los dos están en una terraza de una calle ruidosa de Madrid. Isla bebe a sorbos un café con leche que se ha quedado helado mientras escribe en un ordenador. Alfredo, con una tijera en la mano, bucea buscando historias inauditas en las esquinas de algunos periódicos. Entre las cuatro y las cinco de la tarde recorta un ladrón ciego, un bebé abandonado en una panadería y un mensaje en una botella. Isla, en cambio, suspira con el ceño fruncido frente a la pantalla; apenas ha escrito dos líneas.

-¿Eres periodista?, pregunta Alfredo, mientras gira la silla para mirarla de frente.

-Ya no. Lo era. Ahora….estoy intentando escribir. Pero algo me dice que éste no es el mejor lugar para encontrar la inspiración. ¿Alguna sugerencia?

Alfredo sonríe. Sí que tiene una idea.

-En la calle todo el mundo va con prisa. Todo dura un segundo y casi nada es de verdad. Pero si miras a las personas cuando creen que nadie las ve….seguro que encuentras material de sobra para empezar a escribir.

-Oye, antes de que vayas a proponerme cometer algún delito, ¿quién eres, cómo te llamas, que haces aquí?, pregunta Isla, mientras se coloca un mechón rubio detrás de la oreja derecha.

-Deformación profesional, supongo. Soy Alfredo, Guía turístico de Madrid. ¿Tienes algo que hacer ahora? Si vienes conmigo, te llevo a un sitio desde el que podrás espiar de forma totalmente legal.

Isla mira hacia otro lado, como siempre que se pone un poco nerviosa y luego dice: "De todas formas, tampoco tenía dinero para otro café. Vamos."

Alfredo trabaja en los autobuses turísticos de Madrid. Son rojos y tienen dos pisos, imitando a sus ancestros londinenses. Le pide a Isla que suba hasta el segundo piso y se siente en la última fila. Él se coloca a su lado y se queda mirándola algunos segundos, mientras los turistas ocupan los asientos, despliegan mapas y afinan las máquinas de fotos. Antes de que despegue, susurra al oído de Isla:

-Desde aquí estás a la misma altura que el primer piso de todas las casas por las que vamos pasando. Es verano. Las ventanas están abiertas. Mira. Sólo tienes que mirar.

El autobús arranca.


Madrid. Antonio López.


En el número 22 de Gran Vía, Isla ve a una pareja en la cama. Ella está encima de él, desnuda. En el número 46 ve a un grupo de diez bailarines ensayando una coreografía. La profesora grita “¡Sólo nos quedan dos días, esto va a ser un desastre!”. En el número 50 un señor con traje y guantes coge un abrecartas en forma de espada y se lo clava en la palma de la mano a otro hombre. Isla ve la sangre a pesar de la distancia y quiere gritar, pero ya están en el número 60, donde una madre canta a su hijo mientras lo mece entre sus brazos.

Llegan a la calle Princesa justo cuando el guía hace una pausa para aclararse la voz. Suena una música de swing y Alfredo mueve discretamente los pies. Isla le mira de reojo y, sin querer, se acuerda de Fred Astaire. Pero se acaba la canción, y continúa el relato. En el número 25 de Alberto Aguilera, Isla pasa de largo por una clase de matemáticas y otra de historia. En el número 39 un chico joven llora en el teléfono y repite “Por qué, por qué”. En el número 45 ve a otra pareja haciendo el amor, en el suelo, pero él está tumbado sobre ella. En el 67 un viejecito agachado sobre una mesa arregla relojes bajo una lámpara y en la ventana de al lado Isla está casi segura de que la mujer sobre la cama lleva varios días muerta.

Finalmente, el autobús llega al punto de partida. Los cazadores de imágenes eternas salen, satisfechos y sonrientes. Alfredo se acerca a Isla, que mira pensativa su cuaderno, lleno de frases, palabras, tachones.

-¿Y bien señorita, ha disfrutado nuestro recorrido por Madrid?

-¿Puedo volver mañana?, pregunta Isla, mientras recoge sus cosas.

Alfredo afirma y asiente. “Cuando quieras, claro”. Isla, a punto de bajar de este barco rojo de dos pisos, le mira, se acerca a él, y dice: “Ya se me ha ocurrido una historia para hoy. Pero falta una cosa. El principio. Es lo más importante, y lo más difícil. Y quiero que ésto sea el principio”, dice, un segundo antes de acercar sus labios a los de Alfredo.