12/6/10

Hasta pronto

Si el cielo está nublado y el tiempo se ha vuelto loco, es que algo importante va a pasar. Como cuando las campanas en los pueblos avisaban de una boda o un entierro. Hay signos constantes. En el ambiente de suspiros incesante, en la calle encharcada, en los folios subrayados y en las últimas agendas. Hay signos por todas partes de que los títulos de crédito ya están en la pantalla y esto se acaba.


He ido a mirarme al espejo, buscando el paso del tiempo. Quizá alguna cana temprana o arruga precoz, tal vez la huella de unas longevas ojeras. Pero he visto a la misma chica llena de dudas y sueños de hace seis años.



Si todo va bien (crucemos los dedos), el lunes 14 de junio tendré que despedirme de la Universidad. Aunque no soy muy partidaria de las frases hechas, permitidme que en este caso recurra a una que recoge tanta verdad que duele: Qué rápido pasa el tiempo.


Es cierto. Parece que fue ayer cuando subíamos por las escaleras del edificio nueve de la Calle Madrid. Ayer cuando sufríamos con todos los Derechos del mundo. Ayer cuando cargábamos con Códigos y montañas de folios. Ayer cuando cruzamos la calle hasta el edificio 17 y vimos tantas caras nuevas en esas filas de asientos que son potros de tortura. Ayer cuando nos conocimos. Y ayer es, de repente, ahora.

Aunque todos los cambios traen aventuras y riesgos y me gustan (supongo que haber cambiado seis veces de colegio y tres de ciudad también ha ayudado), las despedidas me llenan la garganta de nudos y los ojos de lágrimas.

Dicen que justo cuando te lo estás pasando mejor, el reloj te devuelve a la realidad y tienes que marcharte a casa. Así se sintió Cenicienta, parece ser, y (qué curioso), así es como me siento ahora. Han sido unos meses geniales, llenos de anécdotas y recuerdos. Así que hoy me quiero despedir de todo esto:


Del edificio de Periodismo. De los croissants a la plancha (aunque en los últimos tiempos se habían resecado). De las optativas con complejo de troncales. De los ordenadores a los que acudimos en cada tiempo muerto. De los profesores: los de frases brillantes (alguno hay) y los de palabras absurdas (más numerosos). De las profesoras: las que llevan vestidos demasiado cortos y las que están más pendientes de sus pañuelos que de Chechenia. De las diapositivas de power point. Del peor invento de Jaula Global: los foros. De los tipos de fuentes, las agencias, los corresponsales, los grupos mediáticos, la credibilidad y Ramón Lobo (ah no, de este último todavía no).

De ese grupo de chicos hiperactivos que se sientan en la última fila. Del chico que ha nacido para la radio y con el que comparto ese vacío imposible de llenar. Del gurú de la Comunicación 2.0, fan de las polémicas y las abreviaturas. Del chico vasco que siempre hace reir. Del rey de los sonidos extraños que va a hacer un periódico para niños en ciudades con menos tráfico y más calidad de vida. Del chico de “por la sombra” y esas conversaciones sobre cómo cambiar el mundo después de los desastres. Del canario más simpático y pluriempleado de Madrid. De la chica de volleyball que también cometió la imprudencia de viajar a San Fernando de Henares. Y también de los del otro lado del pasillo porque espero que cenas como la última se repitan cada mes.

Pero siempre dejo lo último para el final. Porque este año he tenido la suerte de (re)encontrarme con cuatro chicas maravillosas (y me quedo corta).

Marta, la “artista de cine”. Creo que empecé a conocerte de verdad en Denia, en uno de esos momentos que nos miramos atónitas mientras nuestra querida parisina admiraba al vigilante de la Playa. Voy a echar de menos tu agenda verde (la más completa de toda la clase), tus brotes de bordería de tanto en cuanto, ese gesto estupendo de las manos que van subiendo al aire. Sé que conseguirás lo que quieras allá donde vayas. Probablemente, algún país lejano. No seas imprudente queriendo ir a esa isla extraña que echas de menos. Y además, Jack ha muerto.

Carmen, supongo que nuestra historia también empezó en verano, en las tierras calurosas de Badajoz gritando canciones al lado de un castillo. Espero que en Agosto repitamos experiencia, pero con las tiendas de campaña más cerca que la última vez. Te admiro de verdad por tu fuerza de voluntad y por llevar por las noches Códigos penales en el bolso. Echaré de menos esa sonrisa constante, esas confesiones nocturnas, esa tarta de coñac que nos emborrachó. Y todo los que nos queda por saber.

Y ahora tú, señorita Olmo. Lo que más me ha sorprendido es saber lo mucho que tenemos en común. La música, Leonard Cohen y el descubrimiento de Arizona (tranquila que no te voy a robar al guitarrista); los conciertos y la poesía de vez en cuando, Cinema Paradiso y compartir historias de amor platónico y más que amigos. No sé que va a ser de mí sin una jefa estricta y sonriente. Es un alivio saber que tu amado Liverpool y Birmingham están cerca. Y mientras, sigo esperando sugerencias de las páginas más surrealistas de la historia.


Anuska. Ya sabes que estás aquí, al final, por algo. Me da rabia haberme perdido cuatro años de viajes en metro casi todos los días. Eres genial. Por tu sentido del humor (sublime, diría yo), por tus locuras, por tus dibujos de ovejas, por las grullas de papel, por las agendas perdidas y los libros que compartimos. Por saberte de memoria el final de Cien Años de Soledad. Por retener datos que nadie retiene. Porque soportas todas mis historias y preocupaciones. Porque sabemos lo que pasa con sólo mirarnos. Por la receta secreta del mejor batido del mundo. Porque eres valiente y te propones lo difícil (y lo consigues) y creativa (sin que te tomen por loca). Porque le lees la mente a tu hermana. Por acompañarme en la noche de los telescopios y pasar frío con dos abrigos y un saco. Porque ya te has ganado a todas mis otras amigas. Por que haces gestos con la cara. Porque eres transparente. Por Piedrahita y los euroconectores. Por Denia y el sol abrasador. Por las clases de inglés, porque en tu casa ya deben estar hartos de mí. Y podría seguir añadiendo muchas cosas más.

Estoy nerviosa, como cada cinco de enero a pesar de que ya no creo en los Reyes; como cada cinco de febrero antes de mi cumpleaños, como el día que estaba a punto de ir a la Universidad por primera vez. A todos, nos vemos el lunes. Y espero que después también.

6/6/10

Donde vive la poesía

Es domingo por la tarde. Madrid es un trozo de asfalto envuelto en llamas. El calor ha conseguido llegar hasta el sofá. Mientras contemplas una película edulcorada con diálogos sólo aptos para intelectuales, de repente, suena EL TELEFONILLO. Piensas: “¡Maldición!¿Quién osa interrumpir mi apacible momento de evasión?”. Consigues llegar hasta el horrible aparato y con voz de muy pocos amigos dices “¿Siiiiiiiii?”. Entonces ocurre algo francamente sorprendente. Seis pisos más abajo, en el calor del portal una voz dice:

Qué locura, pensareis. Qué ocurrencia. Pues no tanto. Si la escena ocurriera en Santander sería completamente posible. Ocurre que en aquella ciudad bañada por el frío mar Cantábrico se ha puesto en marcha un Festival de Poesía que consiste en que varios voluntarios, algún lunático y un par de poetas recorren las calles de la ciudad entonando hermosos poemas en el telefonillo.

Es una idea tan estrambótica que hasta parece romántica. Tan absurda que me enamora el alma, como diría una folkórica que en paz descanse. Y es que además, me he dado cuenta (yo solita) de que esta maravillosa iniciativa poética da mucho juego. Así que a continuación van un par de ideas.

-Para los carteros del mundo, esos portadores de malas nuevas, facturas y multas. Ha llegado el momento de que vuestro famoso grito de guerra “Carteeero de Correeeos”, cambie. Al llamar, cartas y carro amarillo sujetos con la mano, podríais decir:

“tristezas desenterradas,
pesadillas o visiones,
llamando siempre a la puerta
de quienes no los conocen”
(José Hierro)

-Para los acosadores de compañías móviles (con cariño especial a Telefónica). Se acabó eso de “Doña María, quisiera informarle de una oferta”. Deberían jugar la baza de la sorpresa, apostar por el arte verdadero. Después del “Hola” de rigor...qué tal esto:

“Arrebatadamente te persigo.
Arrebatadamente, desgarrando
mi soledad mortal, te voy llamando
a golpes de silencio. Ven, te digo
(Blas de Otero)

-Para las consultas de los médicos en las que esperas tanto tiempo que podrías echar raíces, propongo un hilo musical en el que de vez en cuando se escucharan estos versos:

“Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.
Y hay, cuando viene el día,
una partición de sol en pequeños soles negros”
(Alejandra Pizarnik)

-Para los trayectos en tren intoxicados de llantos de niños caprichosos y envenenados de películas infernales se me ocurre que quizá en las paradas importantes, la poesía podría calmar los espíritus.

"Ronco tren desmayado, enrojecido:
agoniza el carbón, suspira el humo
y, maternal la máquina suspira,
avanza como un largo desaliento.

Silencio.

Detenerse quisiera bajo un túnel
la larga madre, sollozar tendida.
No hay estaciones donde detenerse,
si no es el hospital, si no es el pecho.

Para vivir, con un pedazo basta:
en un rincón de carne cabe un hombre.
Un dedo solo, un solo trozo de ala
alza el vuelo total de todo un cuerpo"
(Miguel Hernández)

Todo esto no son más que ensoñaciones de una tarde de principios de Junio. Y, por supuesto, no pretendo faltarle el respeto a la poesía. Porque la admiro, la busco y la necesito cada cierto tiempo. La poesía es una mirilla desde la que se ven todos los sueños y los miedos, los logros del hombre y los desastres. Pero hay que atreverse a mirar.