2/2/10

Azul

Me llamo Florencia y trabajo en una papelería especializada en pinturas, pinceles y cuadernos. La tienda está en la esquina de un edificio con toldos verdes y palomas que no pagan el alquiler. Cada semana un ramo gigantesco de claveles en la vitrina le gana el pulso al olor penetrante y ácido de las pinturas. En la puerta hay un pequeño cartel que dice “Abierto de 10 a 20. Sábado, descanso. Domingo, estaremos durmiendo”.

Casi todos nuestros clientes son estudiantes de Bellas Artes, la facultad está sólo tres calles más allá. También algún que otro pintor que compagina el arte con la vida, varias niñas que llevan en las manos las huellas de la imaginación y algún despistado que va buscando un estanco con el impulso de quien busca una salida de emergencia.

Pero desde hace varios meses tenemos un nuevo visitante. Es un chico joven que no debe tener más de veinticinco años. Lleva una cazadora de cuero y una bolsa de tela con un dibujo de unos pájaros negros. Se llama Miguel, el otro día me decidí a preguntárselo.

Suele venir dos o tres días cada semana, por la tarde. Primero disimula en la zona de los pinceles, mira distraídamente los cuadernos de páginas gruesas, se rasca la nuca o la barba y, finalmente, se dirige a la zona de los colores.

En tres grandes estanterías de madera están ordenados todos los colores: guaches, acrílicos, témperas, acuarelas, de todos los tipos, tamaños y precios. Miguel entonces empieza a escoger. Sus manos se mueven lentamente como las de un pianista justo antes de empezar un concierto. Acaricia las pinturas sin llegar a tocarlas. Pero hay algo que me llama la atención. Sea cuál sea la pintura escogida, siempre es azul. Nunca se ha llevado otro color. Cielo, marino, con pigmentos, oscuro, rápido en secarse, brillante, acuoso, celeste. Pero siempre azul.

Hoy, cuando Miguel estaba eligiendo de nuevo, de repente ha empezado a llorar. No hacía ruido. Sólo miraba al frente mientras las lágrimas caían. Me he acercado hasta él y le he tocado el hombro.

-¿Estás bien?

- No lo consigo. Por más que lo intento, no lo consigo.



-Pero… ¿el qué?



-Pintar los ojos azules de mi padre.


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