1/10/08

Diferencias

Hace un momento mientras mojaba un trozo de pan con mantequilla en una taza de chocolate, he puesto la radio. Gemma Nierga estaba entrevistando a Santiago Carrillo.

Decía el afamado político, retirado ya del ruedo de la democracia (debe estar rozando los noventa años), que contempla, apenado y sorprendido, como la izquierda española está contagiada de una enfermiza apatía. Comentaba que aquellos que se dicen de izquierda no lo son y que, en cambio, muchos de los afiliados al Partido Socialista son fácilmente intercambiables por “burgueses de derecha”. Que era necesario reforzar las teorías de los partidos de izquierda, porque indudablemente estaban en crisis.

Me gustaría haber podido en ese momento estar cerca del señor Carrillo y haberle dicho (perdonadme la osadía). ¿Acaso espera usted que la izquierda actual sea un calco de aquella izquierda que existía hace 40 o 50 años?

Hace cuatro décadas en España acaba el franquismo. Aquel momento despertó, revolucionó y contagió el espíritu de crítica y lucha a personas de muchas ideologías diferentes. Entre ellos, la gente de “izquierdas” (etiqueta limitada, me temo) tenía motivos de peso para proponer, con absoluta convicción, cambios trascendentales, propuestas innovadoras.

Quizá, también, en aquel momento, los partidos políticos de este pais estaban formados, en su mayoría por jóvenes que habían vivido épocas difíciles, que no habían podido contar con más ayuda que sus ganas y su ingenio.

La clase política adormecida de la que habla Carrillo juega sus cartas en un escenario muy diferente de aquel. Para empezar, aquellos jóvenes luchaban por conceptos tan trascendentales como la libertad o la justicia. Se hacían oir porque necesitaban que las cosas cambiaran radicalmente.

Ahora, cuarenta años después, los políticos llevan chaqueta, corbata, coche oficial. Han crecido sin prestar atención a los jóvenes de los 80, de los 90.

Me resisto a pensar que los jóvenes estemos hipnotizados por una enfermiza indeferencia. Somos conscientes de que, aunque las sociedades actuales presuman de democracias robustas, existen, más que nunca, tremendas injusticias. Pero hay una diferencia. Ahora, esas injusticias están lejos, lejísimos de las mentes tiernas y “dóciles”. Gobernantes y medios de comunicación se ocupan concienzudamente de distraer las conciencias. Ahora, el enemigo se camufla mejor. Ya se sabe que conforme pasa el tiempo, los mecanismos de engaño se perfeccionan.


Los jóvenes conocemos los peligros, pero los sentimos lejanos. En el año 2008 parece que la libertad se da por hecho. Pero aquellos que no llegamos a los 30, potenciales actores de los cambios sociales, estamos enfrascados en una tarea tremendamente ardua: sacarnos las castañas del fuego.

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