9/9/13

Lo que queda del día (I)


Señor y señora de cincuentaiprimeras arrugas. Churro azul y gafas saltonas. Gorros viejos. Entre braza y braza les oigo hablar. ¿Tu sabes que en la Grande Place de Bruselas la Inquisición quemaba gente? Treinta euros al mes y un par de lecciones de Historia. El profesor dice que lo he pillado con ganas. Estaba escapándome de la hoguera, responden mis ojos rojos. 

Mañana de resaca, frankly. Se busca repartidor con licenciatura y se regala alcaldesa cardada sin inglés. (Saludos a Muzzy, qué nostalgia). Y Botella, querida, el café, de toda la vida, es EX CIII TIIING. Llámalo cafeína o infarto post tacilla en la Plaza Mayor. 

Aquí una lectura interesante de por qué el tramposo Madrid no se merecía las Olimpiadas. ¿A nadie se le ocurrió mandar el currículum a los Juegos del Hambre? Qué poquita visión de negocio.

He ido a ver al Brujo al teatro Álcazar. Perdón, al teatro Cofidis. Lo que el IVA cultural te quita, el patrocinio te lo devuelve. Salvar la cultura a golpe de contrato publicitario es como querer dar de comer a España con un casino. Oh, wait. Me vuelvo al escenario. Canoso y chistoso, Rafael Álvarez, una mezcla entre Punset y el padre de la relatividad (no, Rajoy, esta vez no va por ti), cuenta la historia de la Odisea. Literatura por aquí, chascarillos por allá. Un gran narrador. Es casi mágico que en la dictadura de los 140 caracteres un sólo actor consiga hipnotizar a un centenar de outsiders. Fuera, la calle Alcalá era una olla a presión. Empezó a jarrear a la misma hora que doña Bottle tocaba la flute.  

Recomendaciones

La fotografía de Rafael Sanz Lobato. Antes todo esto era rural. En sus marcos hay locos arrancando la crin a los caballos, niñas vestidas de luto, hombres cargando con cruces en la espalda. Ahora las cruces no se ven y las niñas crecen demasiado rápido. 




Leo:

a Irène Némirovsky 

De pronto, una mancha oscura se deslizaba por el cielo cuajado de estrellas y las risas cesaban: todo el mundo permanecía atento. No era inquietud propiamente dicha, sino una extraña tristeza que tenía poco de humano, porque no comportaba ni valentía ni esperanza. Así es como los animales esperan la muerte. Así es como el pez atrapado en la red ve pasar una y otra vez la sombra del pescador. 

('Suite Francesa'. París, días antes de la invasión alemana en 1940).

a Leila Guerriero


Un día mi padre me llamó y me explicó lo de la semillita, acariciándome la cabeza como si me estuviera dando el pésame. Entendí esto: entendí que el hombre metía un brazo adentro de la mujer —no me pregunten por dónde—, y que con los dedos —que en mi imaginación tomaban la forma de una tenaza que tenía mi abuelo Elías— plantaba una semilla. El procedimiento me pareció humillante y quirúrgico, pero enseguida vi que había solución:
—Yo voy a hacer al revés, le voy a meter una semilla a un hombre.
—No.
—¿Por qué?
—Porque no.

Y suena






No hay comentarios: