Se ha ido. Se ha ido para siempre y yo me he quedado allí, como un soldado con la bragueta abierta
en un disparo, como un Charlot de cera, una Marilyn de bote. Preguntándome
qué diablos ha salido mal.
He sido decidida, rápida, no como esa vez en la Gran Vía, bombardeada de paraguas y parejas enroscándose las piernas mojadas. Aquello sí que fue un suicidio y yo tan roja
fuera, tan roja dentro.
En el fondo lo sabía, supongo. Anticipaba la burla, el te
lo dije, estáis en puntos muy diferentes. Mira cómo se aleja ahora, fulminante. ¡Estoy
aquí! ¿No te doy, ni siquiera, un poco de pena?
Me arriesgué, me tiemblan las piernas, me arriesgué para nada. Y se que me ha escuchado
en el eco del frío. ¡Por favor, espera! Yo perdiendo la dignidad y el muy cabrón haciéndose el sordo. Me escuchó suplicar y se hizo el
sordo.
Maldito autobusero, ésta me la pagas.
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Erich Salomon (M. Dietrich) |