El infierno
maya se llamaba Xibalbá y estaba gobernado por dos jueces supremos,
Vucub-Camé y Hun-Camé, que dirigían a los demás asesinos de este mundo de
tinieblas. Unos tenían como tarea hinchar a los hombres, hacer que las piernas
les supuraran y teñirles de amarillo el rostro; otros se dedicaban a matarles de
hambre hasta que no quedaran más que sus huesos y los últimos los desangraban
hasta morir. La leyenda cuenta que este ejército de despiadados fue
vencido por dos dioses gemelos que lograron engañarles.
Pero no hace tanto tiempo, en
Guatemala, tierra de mayas, esas torturas existieron y todavía no se ha juzgado a los asesinos. Tiburcio, con traje de chaqueta y un campo verde
interminable a sus espaldas, cuenta hoy como los militares le ataron las manos a los pies y tiraron,
tan fuerte, que se partió por la mitad y las tripas se le salieron del cuerpo.
Guatemala tiene 14 millones de
habitantes de los que casi la mitad son indígenas. En la década de los 80, bajo
los gobiernos de Fernando Romeo Lucas García, Efraín Ríos Montt y Óscar
Humberto Mejía Víctores, 250.000 personas fueron asesinadas.
Aproximadamente 6.000 cada año. 45.000 continúan hoy desaparecidas. Un millón y medio de campesinos tuvieron que huir, muchos de ellos al
cercano México.
El periodo más sangriento fue
entre 1982 y 1983. Bajo las órdenes de Efraín Ríos Montt, el ejército llevó a cabo
una represión sistemática de los indígenas. El Estado justificó la
exterminación de más de 400 comunidades mayas argumentando que eran parte de
un complot comunista contra el gobierno. Así que campo a
través, los equipos paramilitares atacaron pueblos enteros, matando
indiscriminadamente, torturando y violando, quemando viviendas, disparando
desde helicópteros a quienes corrían para salvar la vida. Estos dos años
teñidos de sangre han sido bautizados como el Holocausto
Silencioso. La Comisión de Esclarecimiento Histórico de las
Naciones Unidas (CEH) reconoció explicitamente en 1999 que había sido una exterminación
en masa de indefensas comunidades mayas, incluyendo a niños, mujeres y
ancianos, a través de métodos tan crueles que han indignado a la conciencia
moral del mundo civilizado.
Mientras el país se lamía las
heridas y abría con sigilo las puertas de la democracia -por
más que el olor de la muerte no se borre nunca-, algunas personas, como Rigoberta Menchú, intentaron
que se juzgara a los responsables de aquella masacre al tiempo que los forenses empezaban a abrir las fosas de la infamia. Incluso en España el
juez Santiago Pedraz de la Audiencia Nacional emitió una orden de arresto contra varios acusados allá por 2007 (esto en la actualidad no podría hacerse, porque
el Gobierno de Rodríguez Zapatero decidió limitar el principio de jurisdicción universal)
En enero de este año, parecía por
fín que la Justicia guatemalteca iba a saldar cuentas con el pasado y, efectivamente, se ordenó procesar, por
delitos de genocidio y crímenes de guerra, al exdictador José
Efraín Ríos Montt. Pero en solo un mes, la esperanza se ha hecho añicos. Los
antiguos militares siguen sujetando los pilares de esta sociedad quebrada.
Primero se trasladó al fiscal, como contaba hace poco Ramón Lobo. Y ayer mismo, la Corte Suprema
de Justicia (CSJ) de Guatemala retiró a la jueza encargada del caso, Carol
Patricia Flores, porque la defensa solicitó su recusación por considerar que la
magistrada estaba siendo parcial en el proceso.
Las
víctimas que sobrevivieron siguen pidiendo que los torturadores pasen lo que
les queda de vida en una celda. Pero el actual presidente del país, Otto Pérez Molina, general retirado que llegó al poder prometiendo
combatir la delincuencia y el narcotráfico, no ha reconocido todavía públicamente que en la tierra que pisa se planeó y se ejecutó uno de los mayores genocidios de la Historia. Sobre él pesan denuncias no comprobadas de violaciones de derechos
humanos en los primeros años de la guerra (1960- 1966).
Seguramente sea iluso esperar que en un futuro cercano los mecanismos de la justicia se vuelvan a activar para condenar a los culpables de esta masacre. Más absurdo es esperar que al resto del mundo le importe lo que sucede en Guatemala, ocupado como está en sobrevivir sin mirar más que las huellas que dejan sus pasos. Pero aunque soy periodista, siempre me ha costado asumir que algunos países simplemente son invisibles.
Cuenta otra leyenda maya que el dios del viento y la tormenta, Huracán, vivió sobre las aguas torrenciales y repitió sin cesar la palabra "tierra", hasta que la tierra finalmente surgió de los océanos. Así que tal vez merezca la pena rescatar historias del olvido. Puede que así levantemos otro presente.
Nota al pie de página: El pasado incurable no es la única enfermedad de Guatemala. El país posee la tasa de desnutrición crónica infantil más alta de América Latina y una de las mayores del mundo. La mitad de la población vive en condiciones de pobreza y el 17% en la total indigencia. Eso no es todo. Junto a México, es uno de lospaíses con mayor índice de femicidios en el mundo. Entre 2000 y 2010 fueron asesinadas por violencia de género 5.200 mujeres en este país, según cifras policiales.
2 comentarios:
No conocía esta historia. Ni esta ni ninguna otra. Efectivamente caminamos con la cabeza gacha, no vaya a ser que veamos algo.
PD: No había visto tu nueva cabecera. ¡Bonita!
Me encanta cómo has hilado la mitología maya con esa triste y sangrienta historia reciente de un país del que nunca se habla, porque parece que a nadie le interesa lo más mínimo. Igual que ocurre con casi toda África y gran parte de Asia. Algo intolerable, pero que de hecho seguimos tolerando día tras días. Una auténtica pena.
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