10/12/11

Persecución, huída



Blanca sale a las diez de la mañana de su casa. Huye de Tomás, que pregunta quién diablos escondió el uniforme marrón desaparecido desde mil novecientos treinta y nueve. Da un portazo y la madera tiembla. Ya no encuentra islas donde llevar a su abuelo para alejarle de la enfermedad que arrasa su memoria.

Joaquín escapa minutos después del número dos de un bloque de viviendas vacías disfrazadas de sucursales bancarias. Huye de una criatura con la piel llena de arrugas, los puños cerrados y la sangre helada, que ha encontrado a mano izquierda detrás de los buzones huérfanos.

Joaquín y Blanca corren tan rápido que olvidan el peso de sus piernas. Dan zancadas de elefante en la libertad de las calles anónimas. Muerden el aire como si fuera algodón de azúcar. Para alejar el horror, recuerdan. Las mesas de madera donde aprendían los nombres de las cordilleras y enviaban secretos en aviones de papel. Los sillones suaves donde leían las páginas de un Tintín arrugado. Los lápices de colores, la mercromina, el jersey naranja y los columpios oxidados.

Por la casualidad o por culpa de un grupo de arquitectos muertos, las calles por las que avanzan desembocan en la Plaza de las Violetas. Convertidos de repente en los protagonistas del problema de matemáticas más repetido de todas las pizarras - si un tren sale de A a 80km/h y otro tren sale de B a 60km/h, ¿cuándo se cruzan?- Blanca y Joaquín siguen caminando, sin saber que se van a chocar dentro de tres...dos....uno....

-¡Perdón, lo siento! -dicen, al mismo tiempo.

Joaquín cae al suelo, se derrumba. Sentado como una marioneta abandonada, se sujeta la frente con la mano derecha. -¿Alguna vez has visto a alguien nacer?, pregunta.

-Sí, responde ella
-Y, ¿cómo es?

Blanca se arrodilla junto a él. Sonríe y contesta:
-Hay mucha sangre. Y ruido. Lloraba. Parece imposible creer que algo tan pequeño pueda hacer tanto ruido. ¿Por qué lo preguntas?
-Porque la muerte es justamente lo contrario. No hay sangre, y todo está en silencio.
-¿Cómo lo sabes? , pregunta Blanca

Juntos, deshacen el camino del primer tren del problema que nadie resolvía, y llegan hasta el edificio de un centenar de casas donde sólo diez personas abren puertas. Y allí, a mano izquierda debajo de los buzones atragantados de sobres, está el anciano muerto.

Blanca se agarra como un felino a la camisa de Joaquín y deja de pestañear. Deciden pedir ayuda y, mientras esperan el ruido de sirenas, hablan un poco. Tu, yo y todos los demás. Quién es, será, quién fue aquel, antes de tener la frente llena de surcos.

Y cuando llega una ambulancia seguida de un coche de policía, continúan hablando sin dejar de vigilar con la mirada la última huída forzada.

Los pasos van a dar a la Plaza de las Violetas, donde lo único violeta es el rótulo de la tienda de disfraces que permanece abierta.

-Ven conmigo -pide Blanca- Tengo que comprar un disfraz de soldado para mi abuelo.



3 comentarios:

moonriver dijo...

:O

Anónimo dijo...

Back to the begining :) Me recuerda al cuento de la señora que tejía una bufanda :)

Perfida Canalla dijo...

Arranca genial, te engancha desde el principio. Me encanta

Por cierto soy Pérfida
Un saludo coleguita