30/12/16

La luz de 2016




Enero empezó en Fez, en una casa con una chimenea transformada en bodega y un sofá rojo largo como una piscina. Allí estaban viviendo mi hermana Carmen y Javi en su exilio temporal, beca mediante. Mientras él estudiaba documentos sobre las batallas del profeta Mahoma, mi hermana memorizaba su oposición envuelta en un albornoz polar a juego con el sofá. Por su casa pasaron en nueve meses más de 40 personas. Vimos Meknes, su mercado de carnes colgadas en ganchos y mosaicos de especias, visitamos las ruinas romanas de Volubilis, tomamos zumo de naranja en una plaza con vendedores de dientes y corros de niños, regateamos a un vendedor de alfombras y nos subimos en un taxi que conducía en sentido contrario.

El 5 de febrero Io me llevó a cenar a un restaurante justo encima de la esquina donde nos habíamos despedido nuestra primera noche. Entre plato y plato, sacó una cajita con un anillo y me preguntó que si me quería casar con él, aunque ya sabía la respuesta. Le había dicho que sí algunas semanas antes, en una taberna de Rascafría, con un palillo de madera convertido en anillo triangular, justo después de visitar un escenario de bodas. Habíamos empezado a organizar ese momento antes de proposiciones y anillos porque el romanticismo no está reñido con el pragmatismo. Al día siguiente cumplí 30 años y lo celebré en el Café Belén, entre mesas de mármol cubiertas de bocadillos de Rodilla. En mitad de la noche anunciamos a tarta y platillo que nos casábamos, porque el amor a veces necesita testigos que lo hagan inolvidable. Febrero terminó con un viaje a Logroño con Joaquín, Isa y Nimo. Nos bebimos todo el Rioja de la calle Laurel, fuimos a un karaoke de mala fama y dormimos en una casa de los años 70 con un bizcocho solitario en la cocina. Nos curamos la resaca con una cata de vinos, nos perdimos en carreteras secundarias en las que vimos faros y paramos a tocar la única nieve que ví en todo el año.

En marzo varios jefes de Estado decidieron cerrar las fronteras de Europa a los refugiados y devolverlos a un supuesto país seguro, Turquía. En los campamentos de Calais o de Idomeni los hombres se peleaban por un trozo de madera para calentarse o se cosían la boca en señal de desesperación. Pero aquellos que no tienen nada que perder siguen cruzando países enteros para llegar a la tierra prometida que nunca cumple sus promesas. 5.000 personas han muerto ahogadas en el Mediterráneo. Hay que sumar los cuerpos en el fondo del mar. La guerra siria cumplió cinco años, pero los que tienen capacidad para cambiar las cosas jugaron, de nuevo, la carta de la indiferencia. Tengo la sensación de que los resortes de la indignación se activan por motivos cada vez más peregrinos pero en verbalizar nuestro inconformismo de escaparate acaba todo.
 
Viñeta de Hani Abbas
En abril vimos florecer los primeros cerezos del Valle del Jerte y visitamos Granadilla, un pueblo abandonado por la construcción de un embalse que nunca se levantó. Las casas de colores, vacías, como un parque de atracciones en miniatura, despuntaban en mitad de un paisaje verde y mojado que no esperábamos en Extremadura.  

En mayo el enésimo ERE de El Mundo nos llevó a la huelga y a cerrar por primera vez la edición impresa. Durante un día volvimos a creer en el poder de la acción colectiva. Pero los periodistas somos tan nostálgicos que el presente siempre nos pilla dormidos. Mientras seguíamos enzarzados en el debate entre el periodismo gratis y el de pago, entre papel e internet, nos alcanzó otra guerra, la que se libra entre la verdad y la manipulación, en la que la emoción se impone a los hechos. Una batalla en la que el público desconfía de los medios  y sólo quiere leer contenidos que le reafirmen en sus opiniones.

En junio fui vocal de una mesa electoral. Al principio fue emocionante; leímos las instrucciones de la democracia, organizamos nuestros roles, comimos los churros que traían los del Partido Popular, disfruté pidiendo el DNI a todos mis vecinos y aplaudí cuando nos entregaron nuestros 63 euros de dieta. La decepción empezó al leer en voz alta los votos y comprobar que vivo en un barrio muy de derechas. Creo que el desencanto se ha vuelto a apoderar de nosotros. A este país le había costado años desatascar las tuberías de la corrupción, articular nuevos partidos, transformar las plazas llenas en propuestas y en 2016 hemos vuelto a desconfiar de todos los políticos.

Un día de julio fui al Juzgado de Paz de Benetusser (Valencia), para publicar un edicto que informaba de nuestra  boda por si algún vecino del pueblo tenía algo que decir. Un pequeño inconveniente burocrático que a punto estuvo de impedir que nos casáramos. En el Registro Civil, cuando me eché a llorar por culpa de tanto papeleo inesperado,  Io me cogíó del hombro y me dijo: “Esto te pasa por casarte con uno de pueblo”

En julio fuimos a Menorca, sorteamos turistas por las callejuelas medievales de Ciudadela, nos bañamos en sus calas transparentes y en sus atardeceres nocturnos. Uno de aquellos días me llamaron del periódico para decirme que iban a reabrir la corresponsalía de París “¿Te gustaría presentarte al puesto?” Todos tenemos un sueño pendiente. Uno de los míos -algún otro es secreto- era éste. Por ingenuidad, me tomé la propuesta como si fuera a hacer las maletas al día siguiente, pero la intriga duró poco. El que cogió el avión fue Enric González, ex corresponsal en casi todas las capitales de Occidente. Para consolarme pienso que a veces sobrevaloramos los sueños de adolescencia guardados en cajitas por las que no pasa el tiempo. Pero al crecer empezamos a valorar cosas que no están hechas de ideales, que se tocan y que echaría mucho de menos si estuviera lejos.

En agosto subimos al norte. El sobrino de Io descubrió que en el Cantábrico hay olas y que la leche sí le gustaba. Jugamos al basket, comimos sobaos, y nos maravillamos con una chica bajita pero musculosa de 19 años que se llamaba Simone Biles y que volaba. Ese mismo mes vimo a Omran, un niño sirio cubierto de polvo, otro símbolo perecedero. El pequeño había permanecido quieto durante un largo tiempo, a pesar de estar cubierto de sangre, hasta que vio a sus padres. Entonces rompió a llorar.

Omran, 5 años. Aleppo Media Center.
Los primeros días de septiembre fui a Lisboa por mi despedida de soltera, con mis mejores amigas y mi hermana. Allí nos esperaba Aitor, portugués de adopción, que hizo de maestro de ceremonias del viaje. Hablamos mucho, de amor y de mujeres valientes sin complejos, fuimos a la playa y a un chiringuito de bomberos voluntarios y comimos bacalao en todas sus variantes. Ester no pudo venir y luego me contó la razón. Estaba embarazada. El primer bebé del grupo es niño y viene de París, de verdad.

El 17 de septiembre nos casamos. Al llegar a la finca en Navalagamella y ver a Io esperándome, a lo lejos, rodeado de todos nuestros amigos, comprendí lo que estaba a punto de pasar. Mi madre - se le clavaban los tacones en el césped y a mí me entraba la risa floja- me llevó del brazo hasta la ceremonia mientras Carmen, David y sus hijos tocaban Smile. Luego dije “sí, claro” en vez de “sí quiero”, nos dimos los anillos y firmamos un papel que es mucho más que un papel, por mucho que digan. Si tuviera que elegir una imagen, sería esta: los dos, con gafas de plástico rosa y collar hawaiano, bailando entre las mesas del salón La vida es un carnaval. En los postres, mi hermana nos hizo llorar con muy pocas palabras. Luego, mientras la banda iba tomando posiciones, apareció Io por unas escaleras y tocó con ellos La vie en rose al trombón. Me quedé boquiabierta mirándole muy de cerca. Le besé, hacía viento, todo el mundo bailaba. A la mañana siguiente, como si el sueño se resistiera a terminar, nos despertamos en una casa llena de jarrones con flores rosas y amarillas y un ejército de golondrinas de papel. (Fue una boda de manualidades).

Entre finales de septiembre y principios de octubre descubrimos Japón. Akio, un jubilado de 70 años que hablaba muy bien español nos enseñó Tokio un día lluvioso, nos habló de la relación de los japoneses con la naturaleza, del respeto hacia el otro, nos habló de su amor por España y de cómo se había emocionado al ver la estatua de La Violetera en Madrid. Nos llevó a comer y nos enseñó a coger los cuencos y los palillos, nos hizo un montón de fotos al grito de “¡Dos modelos, dos modelos!” y nos hicimos amigos. En Nikko vimos máquinas expendedoras en mitad de la nada, en Takayama dormimos sobre un tatami y un caminante nos regaló papel de origami; en Kioto nos sentimos como en una película de gángsters en Gion y nos perdimos en una montaña llena de toris rojos como hilos de lava, visitamos el museo de Hiroshima y comimos sushi, ostras y ramen por encima de nuestras posibilidades, subimos a rascacielos y al desván de una casa de paja y volvimos idolatrando a los japoneses: ordenados, eficientes, modernos,  serviciales. A la vuelta, en Madrid, seguíamos inclinando la cabeza. 

Fushimi Inari Taisha y Gion (Kioto).
En octubre el PSOE se transformó en una obra de teatro del absurdo, con papeles estelares de Pedro Sánchez el atormentado, Susana Díaz, la bruja maléfica y Borrell como Pepito Grillo. Vimos Tarde para la ira y Sing Street y nos enganchamos a la serie de policías corruptos Line of Duty. Fuimos a Cuenca para celebrar los 64 años de mi madre y dormimos en una casa preciosa de Villar del Maestre, un pueblo diminuto en el que había chopos amarillos y un señor quemando rastrojos.  

En noviembre murió la madre de Isa. Nunca se sabe qué hacer para calmar un dolor así. La abrazamos muy fuerte y nos obsesionamos por darle de comer como si frente a una muerte injusta y prematura sólo se activaran nuestros instintos, la pura supervivencia. Ella es delgadita pero es muy valiente y aunque la tristeza no se apaga del todo, al final del año un chico (delgado y valiente) le ha hecho recuperar la sonrisa. Y yo también sonrío porque es amigo mío y se conocieron en mi boda. En Estados Unidos ganó las elecciones un millonario que se vende como antisistema aunque es la encarnación de los peores vicios del sistema. Donald Trump, misógino, racista y futuro presidente del país más poderoso, representa el triunfo de la mentira (ahora llamada post-verdad) y otro fracaso más de las encuestas y de todos los expertos y periodistas que anticiparon su derrota. Igual que ocurrió con el Brexit. En noviembre también murió Leonard Cohen, el elegante hombre del sombrero, vital hasta el último momento. Para mí, el verdadero merecedor del Premio Nobel de Literatura. Sus canciones, que me descubrió mi padre, seguirán poniéndome la piel de gallina.

En diciembre fuimos al teatro y a un coro de gospel, leí los cuentos de Lucia Berlin y vi Paterson y María y los demás, historias de soñadores silenciosos y felices. En la ya clásica cena de pre-Navidad fuimos 13 y, aunque no creemos en las supersticiones, quemamos cada uno tres deseos en una olla, antes de jugar a adivinar películas. El núcleo Crespo-Zaragoza pasó por algunos malos momentos de salud pero estoy segura de que el nuevo año traerá (más horas) de luz. Como escribió Cohen: "Hay una grieta en todo, así es como entra la luz".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué año más movido! Me alegro mucho de que os hayais casado, espero (y seguro) que todo os vaya mb, pareja! Un abrazo. N

Soldadito Marinero dijo...

buen repaso del año pasado!