En la arena de noviembre
he tocado una balsa salada de plata
el cielo como zumo de fresas, atravesado
por flechas amarillas.
Soy feliz
aunque no entiendo donde empieza y termina el horizonte.
Sé que el océano se tragará
las lágrimas del hombre.
Tal vez
soy feliz, precisamente, por eso.
Con los pies desnudos y espejos en el cuerpo
te enseño mi fragilidad (salvo en los sueños).
Luego vuelvo a llenarte la boca de preguntas
quiénes somos y, sobre todo, para qué.
Silencio. Ahora
estamos juntos
en la arena de noviembre.