3/8/12

La Niña que quería ir a Portugal

Se que cada día conviene regar las plantas, que cada seis meses hay que esconder la lana en el armario y que una vez al año conviene quedar con Jackeldestripador barra dentista. Pero, me temo, no hay reglas sobre cuándo hay que (re)pintar las paredes de la casa. Apostaría mi olfato de Sherlock a que depende de la cantidad de fumadores que habiten en ella y del ansia viva del/la cabeza de familia.

Oui, hemos pintado la casa. Es un coñazo. Huele a acrílico, a pintura, a que te estas muriendo asfixiado. Las paredes muy pulcras, sí, pero todo lo demás está cubierto de cajas, de trapos, o de cajas con trapos, que es directamente el infierno. Y libros. A montones. Porque, en casa de padres profesores de literatura, no pretenderéis que haya cucharas de palo, insensatos. Nuestro rollo es el metal. Digo, las letras.

Y así, colocando y ordenando, de repente apareció una joya: Tres cuentos para María, escritos en 1991 por José Angel Crespo, mi padre. Así que aquí va uno ellos: La Niña que quería ir a Portugal


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Esta era una niña que quería ir a Portugal. La primera vez que lo dijo, a sus padres no les extrañó, porque acababan de pasar unos días en Quarteira, cerca de Faro, en unas casitas de madera, y la Niña había jugado mucho, con su hermana pequeña y con su amiga Sara, que vivía también con su familia en otra casita al lado de la suya; y habían aprendido a decir "Bom Día"  y "obrigada" y a calcular cuántas monedas portuguesas hacían falta para comprar un chicle y dos chicles; y habían bajado algunas noches al baile que había en una plaza del pueblo y habían bailado con canciones parecidas a las que se oían en la radio del coche, que casi siempre eran de amor. 

La Niña tenía entonces cinco años y ese verano había aprendido a nadar (aunque parecía que lo que flotaba era sólo una cabecita con los labios muy apretados y los ojos medio cerrados, cuando iba de donde cubría hasta la orilla, hasta las manos de mamá, que la recogían cuando acababan de aplaudir), pero todavía no sabía leer, y de geografía sólo le sonaban unos pocos nombres, como Madrid y Barcelona. Por eso les sorprendió que aprendiese tan rápido que Portugal era un país (mientras que Madrid era sólo una una ciudad) y que recordase ese nombre casi desde que oyó cómo sus padres planeaban las vacaciones. 

Dice Google que esto es Quarteira. Mal gusto no tenía, he de decir. 

Luego, cuando volvieron a casa, cuando llevaron a los abuelos y los amigos los regalos que les habían comprado en Portimao y en Loulé, era siempre la Niña la que decía: "Este mantel te lo hemos traído de Portugal". Y cuando vieron las fotos del verano, distinguía sin error las que estaban hechas en Portugal, aunque confundiese las demás. 

No se le olvidó. Vino el otoño, y volvió al colegio, y cambió de maestra y de amigos, y aprendió cosas nuevas y palabras nuevas. Pero cuando jugaba a imaginar, ella vivía en Portugal, y cuando le contaban un cuento nuevo, pasaba en Portugal, y si oía hablar en una lengua distinta, era sin duda la que se hablaba en Portugal. 

Y no sólo eso. Cuando la Niña se quedaba callada (lo que ocurría muchas veces, porque cada uno es como es y la Niña hablaba poco mientras la Hermana Pequeña hablaba por los codos), todos suponían qué estaba pensando. Y cuando se enfadaba (por tres razones: la primera, porque no la dejaban ver la televisión, la segunda, porque no era sábado; la tercera, porque no quería hacer los ejercicios para el ojo vago) la Niña amenazaba a papá y mamá con irse a Portugal y sólo cuando ellos decían consternados: "¿Y qué haremos nosotros sin tí?", aceptaba esperar a hacerse mayor para coger su mochila y marcharse. 

Sus padres conversaban a veces sobre esta manía que a la Niña le había entrado. Habrían comprendido que le hubiera dado por París, de donde a veces vienen los niños y las cigüeñas, o por el pueblo de Mamá, porque al fin y al cabo a Mamá se la habían encontrado en una viña. Pero no a Portugal, que estaba tan lejos y, como decía el abuelo, lleno de pobres. Pero la niña era obstinada y fiel: aprendió a escribir ese nombre y a dibujar una especie de cara de perfil, con la nariz a la altura de Lisboa, y llamó Portugal a su muñeca preferida, al bolso de viaje y a la carpeta donde guardaba sus dibujos y las fotografías que recortaba de los periódicos.

Un día mamá se despertó sobresaltada: había soñado que iba a busca a la Niña al colegio y no estaba. Había preguntado al conserje y este recordaba que la niña se había ido con una chica que esperaba a la puerta. Una madre, solícita, le dijo más: "Eran dos chicas y un matrimonio mayor. Su hija iba muy contenta y supuse que los conocía. Hablaban algo parecido al español, pero no era español, y ella respondía en la misma lengua". Mamá había leído en el periódico que a veces los niños se escapan de casa y no le cupo ninguna duda. Se levantó de la cama, corrió al cuarto de la niña...pero allí estaba, todavía dormida. 

Otro día, Mamá soñó que vivían en Portugal. Se habían instalado en una ciudad llena de edificios destartalados y casas blancas, de cuestas y escaleras, de bares y confiterías. La niña estaba asomada a una ventana. Mamá se acercaba a ella y le decía: "Ya estamos aquí, ¿contenta?" Pero la Niña no respondía. Mamá volvió a despertarse, volvió a encontrarla metida en su cama. 

Y un tercer día volvió a soñar. Ella y Papá eran viejos y recibían una carta: "Queridos papá y mamá: ya es la tercera carta que os escribo...¿cuándo vais a venir?". Mamá llamó a voces a Papá, pero él no la oía, guardó la carta en un bolsillo y volvió a caminar hasta el cuarto de la Niña. Y esta vez (la persiana bajada, la cama hecha, los jueguetes en orden), no estaba. 
....
-¿Y qué pasó?, preguntó entonces la Niña.- ¿Dónde estaba la Niña? ¿Y la Hermana Pequeña?
Pero Mamá no sabía como acababa el cuento
-Duérmete ya. Es muy tarde. Mañana

Madrid, Diciembre de 1991