11/12/08

Duerme



I

Todas las demás cosas se han callado
Ahogada, escucho sólo "Ven,
ven. No te vayas muy lejos"

Pero los años apenas son un día entre invierno
y este invierno. Legañas de nieve. Sin abrigo.
Apenas un día.


II

Esas páginas gruesas guardan
los adoquines de tu primer camino a casa
algún estribillo adormecido
el cine en blanco y negro

III

Duerme, duerme, ahora suena esa música que dibuja
gestos, palabras
los despertares frágiles cuando era
más pequeña.
Sólo el llanto de una hija es para siempre.





3/12/08

Últimas palabras

Esta mañana mientras estaba trabajando, mi jefe se ha acercado al ordenador y ha dicho “Un atentado…”. Y mientras la página del periódico iba cargándose, ha empezado a venir gente hacia el despacho. Todos murmuraban, movían la cabeza.
Luego, ya por la tarde, con más calma, he leído algunas líneas más. Ignacio Uría tenía 70 años y le han matado cuando iba al bar de siempre a jugar una partida de cartas con los amigos. Ahí, una foto, y una manta metálica que cubre un cuerpo sin vida. Una zona acordonada. Periodistas, cámaras y policías repasando cada milímetro allí y también lejos de aquel lugar. Todos conectados, pendientes, alerta. Es tarde y el mensaje de la esperanza es apenas un eco inaudible.

Pero no es la foto lo que me llama la atención, sino un dibujo a la izquierda de la página, que dice “Cronología de ETA”, y remite a un gráfico frío y lleno de números en el que aparecen los atentados perpetrados por la banda terrorista. Pasa el tiempo, años, décadas, y ETA sigue rasgando la vida de personas inocentes. Esa vuelta atrás en el tiempo es más desoladora que todo lo demás, porque es el reflejo de una lacra que se resiste a desaparecer. Es el cajón abrumador de nuestra historia, que nunca parece cerrarse para siempre.

El artículo de EL PAIS terminaba diciendo “Uria tenía costumbres fijas y las repetía a diario a las mismas horas, aunque las Fuerzas de Seguridad suelen recomendar lo contrario para reducir el riesgo de ser víctima de un atentado de ETA”. El periodista no conocía a Ignacio Uría. Pocos le conocían hasta hace unas horas. Pero le han asesinado y ¿vamos a reprocharle no haber tomado precauciones? Está muerto y vivió disfrutando de su vida, de los momentos felices, de la risa en un bar con los de siempre. Qué poco sentido tienen esas últimas palabras del periodista; nadie tiene derecho a decir como otros deben vivir su vida y nunca, jamás, si se está hablando de alguien que acaba de morir asesinado.